M: Los personajes principales de Piña y de Otra novelita rusa tienen algo parecido, cierto patetismo contemporáneo que también se aprecia en algunos de los personajes de Hay un mundo en otra parte. Los vasos comunicantes entre este tipo de personajes ¿es algo intencionado? ¿es algo así como el síntoma de época vuelto personaje? ¿se está configurando un personaje en tu obra que varía nombres y contextos pero mantiene cierto espíritu?

G: Mis personajes son medio patéticos, efectivamente, pero al mismo tiempo los miro con mucho cariño. Hay una tensión irónica que nunca termina de resolverse, me parece. Son presos de sus expectativas, medio quijotescos, todos creen que hay un mundo en otra parte y eso los hace queribles –o algo parecido– aunque estén medio desviados. Al final, creo, pueden ser relatos moralizantes, como si la moraleja fuera que si te obsesiona algo, si hay algo que ordena y guía tu vida, el resto es perdonable. O al menos yo lo perdono. Y no sé si sea intencionado. O sea, sé que me repito, me doy cuenta, lógicamente, pero me digo que en realidad estoy subrayando, que estoy iluminando distintas zonas, que estoy tratando de armar una estética, cosa que sería, creo, la respuesta a la última pregunta.

M: Cuando leo tus libros siento que eres la excepción a una tendencia bastante fome: la gente de la literatura en general tiene pésimo gusto para las películas, incluso si son grandes lectores como Chitarroni o Mariana Enríquez, por nombrar algunos. No es raro ver a los literatos recomendando cualquier cosa en sus redes sociales o alabando películas malísimas, y no es raro tampoco verles sumamente incómodos cuando el cine se aleja de lo narrativo. El caso contrario es parecido, la gente del cine lee poco y mal, salvo grandes excepciones. En ti, y en tu obra, aprecio sin embargo una cinefilia ejercida hace años que me gusta mucho. ¿A qué crees que se debe esta miopía de los literatos respecto al cine? ¿Sigues viendo películas asiduamente o es algo que ha disminuido con los años? ¿Cómo el desarrollo de la propia cinefilia dialoga con tu obra?

G: Me gusta ver películas, sí, pero no era consciente de que se notara. Antes, hace años, me pegaba atracones grandes ­–dos o tres al día– pero ahora veo menos. Lo que últimamente me tiene muy contento es que logré instalar el streaming de Criterion Channel en Chile y, de un tiempo a esta parte, veo solo cosas viejas y pasadas de moda. Ahora mi proyecto es ver de rodillas todo Jacques Tati. Y sobre los escritores y el cine, no sé. Antes me gustaba juzgar a la gente por sus gustos –¿se puede escribir una buena novela si solo escuchas música de mierda?–, pero ya estoy viejo. Creo que cualquier cosa es posible. ¿Se puede hacer una buena película si no se sabe apreciar, qué sé yo, la belleza de los árboles? Imagino que sí.

M: En Leer y dormir es primera vez –tengo entendido– que reúnes textos ya publicados para hacer una especie de recopilación. ¿Qué te motivó a darle otra vida a aquellas columnas de Las Últimas Noticias y cómo fue el proceso de elegir cuáles quedaban y cuáles no –más allá de rondar las ideas de leer y dormir–?

G: Casi. Lo que pasa es que uso la columna como una especie de cuaderno de pruebas o de borrador. El final de Otra novelita rusa, por ejemplo, también viene de una columna donde intentaba la misma fuga con albatros, por decirlo de algún modo. En Hay un mundo en otra parte también hay varios fragmentos que fueron columnas. Incluso en Piña. Quiero decir: la columna no es una cosa externa o meramente laboral, sino parte de un proyecto, una suerte de fecha límite –en este caso cada quince días– que me obliga a masticar algún tema, anécdota o forma que me interesa (y lo que me interesa, por lo general, es algo sobre lo que ya estoy escribiendo). Me cuesta pensar mis textos como cosas separadas. Sé que se leen así, claro, pero para mí son parte de un mismo flujo. En ese sentido, Leer y dormir existió previamente. Siempre tuve más o menos claro qué quedaría adentro, qué afuera y que era necesario meterle un par de textos más que no cabían en la columna (porque no tenía ganas de acortarlos).

M: Publicaste en pocos meses Leer y dormir y Piña, ¿Tienes algún libro en carpeta para publicar? ¿Prefieres publicar asiduamente como lo estás haciendo ahora o te gustaba más que quedaran un par de años entre libros?

G: Mi política al respecto es no tener política. Me explico: dejar pasar cierta cantidad de años entre libros me parece una lata si es algo impuesto o forzado. Es entregarle mucha pompa e importancia al acto de publicar. Es darse mucho color. Lo mismo al revés: imponerse publicar, qué sé yo, un libro al año también me parece una tontera. Un estrés sin sentido. Prefiero mi acercamiento caótico al respecto: que salgan cuando salgan, ya se las arreglarán ellos solos. Y sí, siempre estoy escribiendo cosas, pero no puedo decir nada porque apenas lo pronuncio en voz alta se funa. Es una ley.

M: En Leer y dormir hay un texto que se llama Derecho al olvido y comienza así: “Tengo un amigo empecinado en esconder el primer libro que publicó. Hace todo lo que está a su alcance: no lo nombra en entrevistas, lo pasa por alto en su bibliografía, si se encuentra un ejemplar de segunda mano lo compra sin pensarlo”. Ese amigo asumo que eres tú y que el libro es El destello, que compré en una librería santiaguina hace unos meses y me sorprendió porque no lo conocía, y claro, lo publicaste con 18 años o algo así. ¿Cuáles son las razones para omitir El destello de tu bibliografía? ¿Cómo fue el proceso de editar y publicar ese libro?

G: Sí, puede que el de la columna sea yo, aunque también conozco a otros que están en la misma. No es tan raro, creo. Y lo que pasa con ese libro es que es de otro, en un sentido. Lo escribí en cuarto medio, cuando uno es un proyecto de persona o algo peor. No me gusta ni me interesa mucho, por eso lo quité hace tiempo de la bibliografía. Que se haya publicado es básicamente un error cósmico, que suceden de vez en cuando.

M: A partir de lo anterior, dicen que Aira antes de comenzar a publicar como publica hizo veinte novelas que nunca publicó, hoy el paradigma parece ser todo lo contrario, se publica apenas se pueda, y tanto editores como escritores están parcialmente supeditados a la novedad y la actualidad. ¿Cómo se maneja la relación entre escritura y novedad en ese sentido? ¿Hay algún libro que hayas terminado y nunca publicaste?

G: Sí, por supuesto, tengo varios libros terminados que no publicaré nunca. Al ojo cuatro o cinco novelas (puede que dos sean la misma en versiones muy distintas). Ya las di por perdidas –y ahora que lo pienso puede que estén efectivamente perdidas o que sobrevivan en el correo electrónico de algún amigo–, y creo que es lo mejor. En general mi metodología es muy sencilla: escribo y guardo por un año. Si luego aguanta una lectura, perfecto, sigo corrigiendo hasta que esté listo. Si no, nada. Paso a otra cosa. Siempre estoy en otra cosa, en realidad.

M: Como última pregunta, algo que en general no se habla mucho públicamente ¿De qué vive el escritor cuando no escribe? ¿Qué trabajo remunerado aguanta tu quehacer literario?

G: Eso es un gran malentendido, efectivamente. Tal como casi todos, en mi vida cotidiana no soy escritor. A veces ser escritor es como ser Batman, uno se pone la máscara y se transforma durante un rato. En mi caso, también soy profesor. Trabajo en la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Andrés Bello. Tengo una oficina con vistas a la cordillera y últimamente doy clases de filosofía de la educación y literatura moderna. También investigo, respondo muchos correos, y qué sé yo, hago esas cosas académicas que me entretienen mucho y que he aprendido a querer. Lo paso muy bien con los alumnos, además.

Entrevista por Miguel Ángel Gutiérrez
Foto de Yushi Li