Paradojalmente al gran número de ausencias, crecimos con la exaltación de la paternidad. Tenemos un padre de la patria, que enarbola la figura del hombre fortachón, militar y poderoso; evocamos constantemente la palabra paternidad como sinónimo de supremacía abismal: “Colo Colo mantuvo su paternidad sobre U. de Chile tras ganar un vibrante Superclásico 189”[1]; dentro de sus acepciones, la RAE concibe la paternidad como la autoría de una obra, idea o invención; el máximo referente religioso no se queda atrás: en el nombre del Padre/ del Espíritu Santo/amén, y un largo etcétera. En todas las situaciones, el padre es el insuperable. Ante aquello, pareciera que la maternidad no existe como representación de poder político-social y solo está relegada, como expresa Irati Fernández en Feminismo y maternidad: ¿una relación incómoda?, a que la madre ofrezca plena dedicación a la crianza y con abnegado amor maternal (32). En estas fisuras es donde subyacen respuestas antipatriarcales que provienen de distintos sectores, entre ellas literarias, y donde postulo que el cuento Muertes de Pía Barros (1956) es parte de estas proyecciones.

Salidas de madres (1996) es un conjunto de relatos escritos por mujeres, que retratan variados temas de la relación madre-hijas; entre ellos está el cuento Muertes escrito por Barros. Ella, tal como varias, también ha sido víctima del canon patriarcal. Lo menciono categórico y seguro. Muchos dirán que el núcleo académico la reconoce y valida, sin embargo, su difusión/valoración como cuentista ha sido vaga. Nelly Richard, en su artículo ¿Tiene sexo la escritura?, plantea que las respuestas contra hegemónicas deben ser independientes al género en la medida que desterritorialice el poder del patriarcado (132-133); por ello, se infiere, hay que evitar los “guetos” femeninos. Qué mejor ejemplo que Barros para una impugnación empírica. Y no porque no esté de acuerdo con la idea de manifestaciones masculinas antipatriarcales -porque deben existir en un amplio espectro-, sino porque creo firmemente que es relevante quién está detrás de la escritura y es importante recalcar cómo los verdaderos guetos masculinos sí han operado sobre el canon literario invisibilizando escrituras femeninas. De hecho, postulo una diferencia entre una escritura antipatriarcal femenina y masculina, sobre todo desde lo experiencial; por consiguiente, asevero que no son lo mismo, porque ambas provienen de distintos recovecos. De igual forma, valoro la lucidez de Richard al plantear que las mujeres no pueden darse el lujo de no sacar provecho de estas problemáticas, de una forma rebelde y que desmantele el edificio simbólico-cultural masculino (136).

Es justamente allí donde reside Muertes, que viene a desdibujar réplicas de una cultura del padre, como le llamo a los ejemplos anteriormente dados, y poner voces descanonizantes, como diría la gran crítica literaria. Este breve cuento relata en primera persona la despedida, el dolor y las reflexiones de una hija en torno a la muerte de su madre. Aunque el argumento parezca simple, la escritura es extremadamente personal. Uno de sus tantos logros es manifestar subjetividades de voces femeninas en vínculo con la maternidad y romper ciertos imaginarios arquetípicos en torno a esta figura, además de utilizar la escritura como una salida de emergencia a este tema.

“Por amor, madre, por amor estoy aquí” (Barros 23). Con esta frase elocuente la narradora nos introduce la historia, donde inmediatamente posiciona varios planteamientos. En primer lugar, la relación de una madre-hija; en segundo lugar, el imaginario del retorno (el estar aquí presupone una ausencia); en tercer lugar, el lazo afectivo desde el dolor. Es que la protagonista —sin identificación, quien perfectamente puede ser representación colectiva —vuelve para acompañar la muerte de su madre y lo único que anhela de ella es el afecto esquivo, el perdón de ambas partes: “Nuestras miradas se cruzan, se abrazan sobre el aire de los otros, nuestras miradas se perdonan y humedecen en un pacto del ser…” (24).

A partir de este hecho, vuelvo a incurrir al texto Feminismo y maternidad: ¿una relación incómoda? para problematizar los aspectos incómodos de la maternidad no patriarcalizada, aquella se ubica como un sentimiento variable de la madre en función a su contexto y geografía (Badiner, ctd en Fernández 26). Es necesaria esta referencia en cuanto obliga a desestimar el imaginario que el patriarcado ha creado en torno a la maternidad, que reviste a mujeres subordinadas a esta “labor”, abnegadas, poco quejumbrosas y, por sobre todo, implacable con el proceso emocional. Fernández, de esta forma, también da cabida a la manifestación no tradicional de lo maternal. Este imaginario desestimado deslumbra con brillantez en Muertes: la hija retorna para poner su voz y la de su madre en sus reflexiones, para relatar el dolor de una niñez que no incluye las formas tradicionales que la sociedad concibe la maternidad: “Yo, la madura, la sabia, según tú la más fuerte, la de las respuestas por anticipado, aún no está lista; la que nunca acunaste en tus rodillas, la arisca, la que no consolaste ante la tristeza de la primera menstruación…” (25). La creación de la madre, a través de la voz de su protagonista, representa un vínculo complejo y doloroso, puesto que su hija la acusa de abandono en procesos relevantes (el abrazo fraterno y la primera menstruación, por ejemplo), algo no convencional para la maternidad revisada desde el machismo. Sin embargo, la narradora al reconocerse “arisca” también valida reciprocidad en su actuar: “Yo solo pude darte mi lluvia y mi frío, son modos diferentes de amar, y sé que ahora lo entiendes” (25). El clima y la relación con los sentimientos, pese a ser más vieja que el hilo negro, en este caso es efectiva para metaforizar lo que ya está claro: madre-hija están en el circuito del reconocimiento y perdón.

El ritual del frío como marca de distancia entre ambas no se detiene allí, puesto que ella besa a su madre, “tu boca fría que no se opuso a mi beso” (29), y lo continúa acompañando de un reproche concluyente: “Sólo el último tiempo permitiste mis caricias y cuando nadie podía presenciarlas” (29). Estas acusaciones insisten en el imaginario de la ruptura, de la muerte como una despedida que perdona pero que duele y que concluye con la tierra y el descenso como un cierre de ataúd umbilical: “Aprendo a dejarte tierra abajo, como a todas, amordazada, exigiendo respuestas y abandonos y presencias y secretos…” (29)

Pese a lo anterior, es contradictorio y paradójico que el apego madre-hija persista. Iniciando por lo más básico, la voluntad de llamarla como tal: “…me gusta decirte madre así, sonora, grandilocuente…” (27). Esto instala el concepto de una relación que no está del todo consumada y que se construyó sobre cimientos de personalidades desafiantes que aun así continúan conectadas por el cordón umbilical que permanece dolorosamente arraigado entre las partes: “Es la sangre la que nos une y nos destroza, deja correr la sangre, madre…” (26). Estas contradicciones se profundizan en otras de las constantes manifestaciones de cariño entre ambas: la narradora solo desea heredar de su progenitora algo tan noble como su suéter, para así aferrarse a las partes más lúcidas de ella: “El abrazo de esta lana por todos los abrazos que nos dimos, porque nos abrazamos poco…” (23). Incluso, desde lo metaliterario, ella le asegura categórica: “En este cuento no te traiciono”. Estas manifestaciones de amor, inclusive de confianza, no operan como una mera indefinición frente a un fenómeno como la muerte, sería reduccionista mirarlo desde allí, sino propongo analizarlo a partir de las distintas aristas que presenta la relación entre madre-hija: la que puede ser problemática, pero imposible de desunir.

Natalia Sánchez en La experiencia de la maternidad en mujeres feministas también ahonda en estos complejos escenarios, al proponer que hay que permitirse ser “mala madre”, es decir, imperfectas, falibles, rebeldes y transgresoras; con todo lo que implica esto en una sociedad como la existente (265). Con esto no pretendo proponer que la madre en Muertes sea “mala”, sino todo lo contrario: el vínculo con su hija es transgresor y complejo en proporción directa, y ahí reside la estética del cuento. También en sobrepasar, como expresa Sánchez, el diálogo de la mujer-madre e incluir otras categorías como lo político (258). Justamente en este surco se ubican madre-hija en el cuento, en la liberación de todas esas culpas previo al que supuestamente será el descanso eterno.

Es interesante cómo estos ejemplos nos ayudan a entender que estamos frente a una escritura de mujer y representadas por mujeres, que finalmente opera como una ficción contrapatriarcal y contrahegemónica. Pero truncar el análisis a esta oración sería tremendamente equívoco; como se ha visitado, el contenido nos invita a repensar un tipo de relación afectiva entre una madre e hija; a entender que la maternidad se construye desde espacios distintos y múltiples maneras (aunque a veces sean muy dolorosos, como en este caso); muy lejano a los arquetipos y anhelos que el patriarcado espera de las madres (esa imagen que tanto gustan a los hombres clásicos: la mujer esperando con la mesa servida y el niño/a en brazos). En el fondo, entender que la maternidad también es un tema político (Sánchez 266). El cuento, además, entrelíneas, soslaya la idea que la edificación del padre y los personajes masculinos ya no son el centro del análisis y sí lo son, de sobremanera, la lectura y atención de personajes femeninos complejos y determinantes en su actuar: “Yo nunca fui señorita” (Barros 24), dice categórica la narradora.

Finalmente, es imposible no retornar al rol de Pía Barros como sujeta que crea sistemas contrahegemónicos. Barros reúne y encapsula una frase certera que expresa Rosi Braidotti en su texto El sujeto del feminismo: “La conciencia feminista trasladada a la dimensión intelectual es una de las fuentes de su lucidez, autodeterminación y profesionalismo” (11). Es ella, a través de su intelecto, que recrea conocimientos a partir de la experiencia de mujeres, lo que derroca el absolutismo prexistente de la figura masculina como personaje por excelencia de la literatura. Una sujeta que ha sido excluida, como tantas otras, por el canon patriarcal y que, pese a todo, no se apaga su voz literaria. La misma que de manera certera en su cuento Muertes nos propone con elocuencia que la maternidad se aleja del esencialismo biológico, sino que guarda relación, de manera conflictiva, con temas profundamente político-sociales.

 

Por Juan José Hidalgo

 

 

Bibliografía

Barros, Pía. Muerte. Salidas de madres. Chile: Grupo editorial Planeta, 1996. 23-29.

Braidotti, Rosi. Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Barcelona: Gedisa, 2004.

Fernández, Irati. Feminismo y maternidad: ¿Una relación incómoda? Conciencia y estrategias emocionales de mujeres feministas en sus experiencias de maternidad. S/L: Emakunde/Instituto Vasco de la Mujer, 2014.

Richards, Nelly. ¿Tiene sexo la escritura? Masculino /Femenino: prácticas de la diferencia y cultura democrática. Santiago de Chile: Francisco Zegers Editor, 1993.

Sánchez, Natalia. La experiencia de la maternidad en mujeres feministas. Nómadas 28/03/2016: 255~267.

[1] Titular extraído del portal de noticias de la radio Cooperativa, referente al clásico de fútbol disputado este año. Información disponible en el siguiente enlace: https://www.alairelibre.cl/noticias/deportes/futbol/superclasico/colo-colo-mantuvo-su-paternidad-sobre-u-de-chile-tras-ganar-un-vibrante/2021-04-25/174928.html