Lata.

Me da vergüenza,

Lata es poco.

Me abruma el fracaso,

Está tras de mi como la sombra más alta,

Agarrada,

Crece con los focos de la noche,

Me concentro en el más profundo olvido

Y aúlla como perra golpeada tras la puerta,

Me engaña,

De vez en cuando lloramos ebrias por las calles.

Despedaza mi ojo escurridizo

Que acusa el desvío de mi vulgar sentir,

Me acosa menos de lo que quisiera,

Me asalta,

La duda nunca,

Se hace la lesa o ilesa para atrasarme,

Vino,

No queda, ni hubo,

No alcanza el asomo de luz infecundo que permita retener

La difusa imagen que creó, alguna vez,

Fugaz,

Me acompañó.

Amenaza con quedarse,

En ocasiones le creo,

Como fiel devota le enciendo velas para que no me olvide,

O inciensos ante lo escaso u ocaso de algunos días.

Así es, cruel,

Cuervo como la acostumbré,

Huraña, agresiva y mal agradecida,

Mala hija, mala madre, la peor incertidumbre de todas.

 

16

Veo cómo se acerca el futuro visionado por tantos

El destino incierto al que aposté,

El que sabía sería el nuevo fin,

Encalillé hasta mis culpas

Y esas son las que más duelen,

Dañé pequeñas plantas,

Desmembré milenarios bosques,

Quité el cariño y la mano

A tanto animal aguachado,

Me quedé con las llaves de jaulas bestiales.

Prometí sombra y luz cálida,

Diseños animados y colores sombríos,

Palabras en desuso y nombres viejos,

Melodías imperceptibles y abrazos que traspasan.

Fui injusta, mal agradecida y consciente del daño,

Me importó pero la porfía me condujo

Y me adelanté a la obcecación

Conduciendo por rumbos erráticos, tropezando a propósito

Para dañar las piernas, acopiando nuevos dolores,

Acrecentando la fama hosca que me precede.

Llevando la carga de las heridas causadas

Las que debo refutar.

Debe ser esa la razón

Del porqué del aguante,

Del ninguneo frecuente,

Del contacto preciso

De la dependencia subyugada

Del camino a la fuerza.

 

Arboledas Centenarias.

Los meses de pandemia y la proximidad del eclipse

Entregan un tiempo propicio para levantar la mirada,

Todos los días las tonalidades azuladas son distintas,

Tan diversas como las formas que crean las nubes escurridizas

Que presenta cada estación.

De todos los lugares visitados durante mi vida en la Araucanía,

Me ayuda en esta Cuarentena necesaria

El recuerdo de los árboles;

Las extensas avenidas amarillas de Aromos que me acercan a la costa,

Los añosos Cipreses precordilleranos de las praderas

Pobladas por lo corderos de infancia,

Los Alerces altaneros hermosos en las lejanías de los paisajes,

Los Robles apellinándose, intocables en las florestas imperecederas

Las Araucarias milenarias, calmas alzando su impetuosa estatura.

La tímida belleza de los Arrayanes sonrojando los bosques,

Lengas y Ñirres coloreando cálidamente los otoños,

La firmeza del verde perenne de Avellanos frondosos.

La fragancia exquisita de los cordiales Boldos,

La audacia de Maquis en las faldas montaraces.

Y la sabiduría curativa de Canelos en flor en los campos como en las ciudades.

Mis pensamientos merodean por las urbes del futuro,

No estamos los mismos, mi apellido finalmente se ha perdido,

Sólo espero que los árboles continúen entregando la sombra cargada de vida,

Los frutos que permiten la existencia,

La guarida que entrega calma bajo los mismos astros eclipsando.

 

 

Por Carolina Quijón Sáez

Fotografía de René Groebli, The eyes of love, 1953.