En 1965 Rodolfo Kuhn realiza Pajarito Gómez – Una vida feliz, un retrato tragicómico de los medios de comunicación y su utilización en la Argentina. 

Las cosas que más me impactaron en esta primera visión del film fueron dos: la variedad y al mismo tiempo precisión en el uso de la forma, y sobre todo la actualidad de las temáticas. La estructura fílmica adoptada por Kuhn es muy particular, interpela continuamente el lenguaje mismo, haciéndonos entrar y salir de la puesta en escena. A pesar de esto, la narración es sólida. Se nos presenta una obra que mezcla cine, televisión y foto novela. Una combinación audiovisual que logra estar en pie sin problemas, como una especie de collage en movimiento.  

A partir de los créditos iniciales, compuestos únicamente por primeros planos del protagonista, se puede intuir cual es la solución narrativa adoptada. Las imágenes fijas del comienzo se presentan cada vez con ángulos y tamaños diferentes, mostrando a menudo la boca del artista. Pero de los labios de Pajarito no sale algún sonido, la única fuente sonora proviene de una música instrumental extradiegética. Un grito asfixiado por una intervención externa. Y es justamente esta la idea, el propósito, que ronda alrededor del filme: manifestar a quien está escondido detrás de una cierta personalidad mediática, moviendo los hilos. La elección lingüística adoptada reúne “la realidad” con la ficción. Estas dos líneas narrativas componen la obra, permitiéndonos ver más allá de las apariencias, y elevando al espectador a una posición privilegiada que le permite tomar consciencia de toda la tipología de informaciones mediáticas que lo rodean.  

La película también nos muestra la imposibilidad de comunicación entre los protagonistas. No hay un verdadero punto de encuentro entre Pajarito y su mamá, tampoco entre él y la novia ocasional, aún menos entre él y los periodistas y directores de televisión. Esta característica me hizo recordar a otro autor que, siempre en esos años, hizo de la incomunicabilidad el foco de su obra artística, es decir Michelangelo Antonioni. En particular, la secuencia en la cual, durante el acto sexual entre Pajarito y la novia ficticia, aparecen los lugares en donde estuvieron juntos durante el día. Se los presenta vacíos, sin personaje alguno. Lugares decaídos como los del final de L’eclisse (Michelangelo Antonioni, 1962) que representan, también en este caso, todos los sitios en la cual la joven pareja italiana empezó a frecuentarse. Me parece interesante cómo ambos directores, a través de la utilización del espacio, logran expresar conceptos muy emotivos y humanos. Logran sustituir, y en cierto modo superar, la sensibilidad de un primer plano de un personaje llorando, sin mostrar rostro alguno. 

Por lo que concierne a la construcción de los personajes representados hay una deshumanización colectiva. Nunca llegaremos a saber el verdadero nombre del protagonista; su apodo, o mejor dicho su seudónimo, es la única forma con que todos se refieren a él. Con respecto a los demás, todos parecen robots menos la mamá de Pajarito. En la única escena que le concierne vemos uno de los pocos momentos de humanidad de toda la película. No hay espacio para los sentimientos, todo es mecánico. Hasta el acto sexual parece no emocionar positivamente a los personajes. Se nos pone de frente una actuación continua, en la cual es necesario pasar de una pose a la otra, tan rápido como una grabadora de audio pasa de “STOP” a “REPRODUCCIÓN”. 

Y también veo otra conexión con el director italiano. Esta vez con Il grido (Michelangelo Antonioni, 1957). Ambos filmes terminan con un grito terrorífico y, creo, se parecen también en las situaciones por la cual ocurre. Tanto en Il grido como en Pajarito Gómez unas mujeres terminarán emitiendo un grito después de la muerte de los protagonistas, con la cual tenían un vínculo afectivo. En el primer caso se trata de un film lleno de silencios en la cual el brusco sonido final emitido por la co-protagonista resulta, por consecuencia directa, rumoroso y desestabilizador. En cambio en la obra de Kuhn la situación es casi la opuesta, ya que hay muchos sonidos en toda la película. Pero lo que pasa en el final es sorprendente: el director permite a la chica expresar su dolor en medio del caos en la cual se estuvo lentamente ahogando. Improvisadamente, mientras la canción del protagonista suena en su mismo funeral, se baja el volumen. Mirando a los ojos al espectador, la chica nos despierta del sueño de la ficción, acompañados a “volver a la realidad”. Haciendo un paralelismo con el principio de la película, Pajarito, reflejo de Viviana, finalmente, logra hacer sentir su voz. 

Las imposiciones frente a Pajarito son totales y tienen que ver con la creación de un nuevo mito. No importa cual efectivamente sea el pasado histórico del cantante, lo importante es crear uno que sea lo más atractivo y memorable posible. La imagen que se nos devuelve es la de un buen cristiano altruista pero sin embargo, en varias escenas, se nos muestra al protagonista de manera totalmente diferente. Su forma de vestir, su conducta en público, y las canciones que cosen a medida de el, son la máscara que Pajarito lleva cuando las cámaras están prendidas. Lejos de ellas conocemos a la verdadera personalidad del protagonista: un hombre borracho, egoísta y apático. Un personaje que parece haber perdido el interés y las ganas de pasar el tiempo con su propia madre, y que de frente a los rechazos de una chica conocida hace muy poco no es capaz de frenar sus instintos sexuales. 

La obra se refiere muy claramente a la televisión ¿pero qué pasa con el cine? Creo que el director con esta película quiere afirmar que el rol del cine podría ser el de iluminar a las mentes. En este caso, revelando lo que la tv esconde. Trayendo a la luz lo ridículo de algunos programas televisivos. Y hace todo esto a través de una crítica sutil y que juega con los mismos estilemas de dicho medio de comunicación, en cierta manera se podría considerar esta película como un estudio semántico y conceptual de la televisión. Pero a la vez, en ciertos puntos y sobre todo en el final, Pajarito Gomez resulta muy aterrador. De improviso en el rostro del espectador ya no hay espacio para las arrugas causadas por las sonrisas. La expresión ausente del protagonista se refleja con el del visor que, incapaz de taparse los oídos de frente a ese grito, no puede hacer nada más que soportar la tragedia personal que los protagonistas acaban de experimentar. 

Por Roberto Valdivia

*TEXTO REALIZADO DURANTE EL TALLER DE LA VIDA ÚTIL ESCRIBIR SOBRE CINE