Dentro de la extravagante familia de personajes de los cuentos de Juan Rodolfo Wilcock hay uno en particular, Lorbio, que por estar enfermo, obligado a guardar reposo, mandó a colocar en su habitación dos grandes espejos a sus costados para así encontrarse acompañado y en total sintonía con sus reflejos.
Supo haber una tarde del año 1813 en la que John Keats leía a Spencer cuando, de pronto, la cara se le transformó, y entonces Keats —cuenta Fleur Jaeggy— “se irguió en su pequeña estatura y parecía grande y poderoso mientras repetía los versos que lo habían impresionado”. Si la