Los maricas, Walt Whitman, te soñaban

Federico García Lorca nunca ocultó su homosexualidad, la escribía y dibujaba en un contexto absolutamente homoodiante. La crítica fue uno de los motivos por los que Lorca viajó a Nueva York en 1929, pero los motivos principales fueron dos rupturas: la amorosa con su entonces pareja Emilio Aladrén y el alejamiento de la triada Dalí-Lorca-Buñuel. Esta última llevó a Buñuel a titular la película El perro andaluz (1960) en alusión a Lorca, hecho que Buñuel negó a pesar de que en el film nunca aparece un perro y que Lorca respondió con otra metáfora. 

Las dos rupturas, con Dalí, pero sobre todo con Aladrén, lo ahogaron en una abisal depresión. Para excusarse, habló de aprender inglés y cambiar de aire. El 19 de junio, Lorca embarcó junto al político socialista Fernando de los Ríos (1879-1949) desde Southampton rumbo a Nueva York, llegando una semana más tarde en el transatlántico Olympic (uno de los tres buques gemelos de los cuales formaba parte el Titanic).

El inglés nunca lo aprendió a pesar de haberse matriculado en un curso de idioma. En su lugar, mientras despreciaba su propia tristeza, escribió uno de los mejores libros de poemas de su autoría Poeta en Nueva York, del cual formarían parte sus dos primeros escritos: “El rey de Harlem” (“La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba”) y “1910 (Intermedio)” (“No preguntarme nada. He visto que las cosas / cuando buscan su curso encuentran su vacío”).

Durante su estadía neoyorquina, Lorca descubrió universos inexplorados que cambiaron su visión de libertad. Por un lado, conocer el boom de los rascacielos lo hizo agudizar su amor por Granada y los aspectos rústicos y costumbristas de su tierra. Por el otro, la introducción al jazz de Harlem, a la multiculturalidad de Nueva York, lo fascinó completamente. 

Muchos estudiosos de su biografía dicen que hay un antes y un después de su viaje, otros encuentran expresiones homoodiantes en los poemas neoyorquinos (frases que pueden ser leídas así solo por quien busca desconocer su desencanto por algunas expresiones gays que responden a las normativas del momento histórico). Lo cierto es que en este contexto se reconoce en los poemas de Walt Whitman. Lo lee, lo profundiza, lo hace sangre y lo convierte en uno de sus referentes tanto en lo literario como en lo humano: Whitman también había sido repudiado por escribir versos bellísimos de amor y camaradería entre hombres. Su contexto histórico fue el de la guerra de Secesión (1861-1865; cuando apenas nacía Estados Unidos); el de Lorca, los años previos a la Guerra Civil española (1936-1939). 

Es en el poemario Leaves of Grass (Hojas de hierba), publicado en 1855, revisado y ampliado por el mismo Whitman innumerables veces, en donde Lorca descubre otra manera de habitar los cuerpos y la sexualidad entre masculinidades.

Los primeros poemas de Poeta en Nueva York ya habían sido publicados en algunas revistas cuando Lorca escribió —en marzo de 1930 en Cuba junto a otro poema titulado “Son de negros en Cuba”— su “Oda a Walt Whitman”. La primera edición fue publicada en México en 1933 por Justino Fernández y Edmundo O’ Gorman, y se trató de 50 ejemplares fuera de comercio que contenían únicamente la Oda al norteamericano. En la dedicatoria escrita a mano para el poeta Luis Rosales (cuya casa fue refugio previo a su detención), Lorca dibuja a Whitman con barbas de mar y ojo de cíclope; atravesado por corrientes que se encuentran y se mezclan sin dificultad, con una mirada de alba. El dibujo es sencillo, son apenas algunas líneas que trazan una boca carnosa y cabellos como montes o lava que desciende junto al viento. Se trata de la misma ilustración que más tarde compilará Gregorio Prieto con los dibujos del poeta.

Dibujos lorquianos

Al momento en que fueron publicados, habían pasado trece años de la madrugada de verano de 1936 en Víznar en la que Federico fue fusilado por maricón y por espía rojo. Pero debieron pasar otros catorce para que alguien se pronuncie sobre los hechos en torno a la desaparición del cuerpo. En dos hojas escritas a máquina por la 3ª Brigada Regional de Investigación de la Jefatura Superior de Policía de Granada, se lee: “estaba tildado de prácticas de homosexualismo, aberración que llegó a ser vox populi, pero lo cierto es que no hay antecedentes de ningún caso concreto en tal sentido” y “aunque sin actividades conocidas, estaba conceptuado como socialista”. El mismo informe —de carácter puramente informativo— dice: “fue pasado por la armas, después de haber confesado, según se tiene entendido; siendo enterrado en aquel paraje, muy a flor de tierra, en un barranco situado a unos kilómetros de la derecha de dicha ‘Fuente Granada’, en un lugar que se hace muy difícil de localizar”.

Casi noventa años más tarde, al momento de este texto, se han exhumado 23 fosas comunes en el Barranco de Víznar y, durante los primeros días de marzo del corriente, la investigación del equipo de la Universidad de Granada encontró otras tres. El cuerpo de Federico aún continúa sin ser identificado y su paradero, desconocido.

En el libro, los Dibujos de García Lorca son simples, con fondos pasteles y formas irrisorias; líneas que esbozan diseños surreales y que muchas veces se crean a un solo trazo, como si la integridad de lo que se quiere dibujar pudiera ser corrompida por el alzarse de la mano, por el respiro de la tinta, por el vértigo del espacio entre el papel y la carne. 

Entre sus dibujos hay de todo: un San Jorge drag sobre su dragón conquistado, muchachas en escenarios granadinos, floreros, conventos y puentes, las manos cortadas de Santa Olalla. Un dibujo de la muerte, de un diablo “ambicioso” y del bosque de Orfeo pintado con crayones. También hay marineros sexies que llevan alas y a otros, electrocutados, les salen flores a través de los ojos. Vírgenes y símbolos religiosos entremezclados con jóvenes bañados de luz de luna, liras y mandolinas. Diseños de sueños fuertemente influenciados por su amigo y amante Salvador Dalí (1904-1989) como la “Marcha triunfante de la zanahoria equilibrista”, pedazos de rostros como constelaciones entre líneas o el cíclope Polifemo acostado. Y, entre todas estas elocuencias, Federico elegía garabatear arlequines: dibujaba un arlequín y lo llamaba “Beso secretamente interior” o, por ejemplo, otro que homenajea al poeta Juan Guerrero Ruiz (1893-1955).

En este libro que en tapa muestra un bellísimo retrato del poeta andaluz, hay dos dibujos que se corresponden a un mismo período: el “Autorretrato del poeta en New York” y, por supuesto, Walt Whitman.

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

(…) 

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,

he dejado de ver tu barba llena de mariposas,

ni tus hombros de pana gastados por la luna,

ni tus muslos de Apolo virginal,

ni tu voz como una columna de ceniza;

anciano hermoso como la niebla

que gemías igual que un pájaro

con el sexo atravesado por una aguja,

enemigo del sátiro,

enemigo de la vid

y amante de los cuerpos bajo la burda tela.

 

Por Carla Duimovich Nigro