Desprender:

emprender un vuelo
huida
aleteo
migración
nido
canto
picoteo
carroña
desplazamiento
una bandada
los afectos.

Escribo, atrapo el vuelo de un recuerdo. No quiero olvidar mientras olvido. Escribo porque el encuentro con un pájaro y su canto no se ataja con la mano, no se ataja con palabras que puedan traducir o dar con su fonética exacta; decir este es el canto de tal pájaro. 

Hace más de diez años, antes de oírlo cantar, doy con su presencia de huésped imprevisto. Vuelvo del colegio a casa, el bus avanza por Gran Avenida en dirección a San Bernardo, por la ventana lo veo volar intermitente. Al bajar, un tanto anonadada, lo pierdo de vista. Camino unas cuadras, llego a casa, afuera hay un árbol que sostiene en una de sus ramas el mismo pájaro que he visto sobrevolar el bus. No es verdad, no es el mismo pájaro, pensé con miedo. Durante catorce años nunca había presenciado un pájaro negro en una población de tierra y cemento, chincol y palomas. Nunca había presenciado un pájaro que emprendiera el vuelo de la persecución. Entro a casa, mi madre está ahí, le digo que me siguió un pájaro, que está afuera de la casa. Sin dudar de mis palabras se asoma al antejardín, el pájaro está en el techo de la casa, sigue ahí. ¿Qué te puede hacer un pájaro? ¿Estás segura de que es el mismo pájaro? ¿Cuántos pájaros negro-azulado se ven en el cotidiano de ese barrio? Ni yo ni ella habíamos dado con aquella presencia. Nunca tendré la certeza de decir por aquel encuentro, persecución. La presencia del ave fue real y siguió en el techo de la casa por un breve tiempo. Antes contaba esta historia como una anécdota paranormal, con el escepticismo y el ímpetu humano de dar sentido a cualquier situación, pero los pájaros vuelan, persiguen así sin más. 

Molothrus bonariensis, lleva por otros nombres: tordo renegrido, gamusino, chamón parásito, morajú, tordo argentino, reina Josmary, chupin, mulata, vaquerita, azulãovaquer, mirlo.

Los machos son negro-azulado, las hembras de un gris más próximo al café. Ellos no eligen el silencio como método para escabullirse, resguardarse o refugiarse. Cuando cantan por las noches es para saberse ahí, en un sitio, para que no vengan otros moradores. Durante el celo y tras la copulación, las parejas de mirlos no construyen sus nidos, habitan el de otras especies. Cuando cantan es para marcar un territorio, avisar a la bandada dónde hay alimento. El macho comienza a ejercitar su canto hasta una vez llegada la primavera para convencer a la hembra de sus capacidades de reproducción.

Hay pájaros, otras especies, que se besan a modo de consuelo. Hay otros que se deprimen y por eso dejan de alimentarse, pero tienen una memoria inigualable que les permite recordar dónde ocultaron las semillas que le serán de alimento para cuando decidan volver a comer. Otros tienen sus propios ritos fúnebres cuando alguno de los integrantes de la bandada fallece. Los pájaros cantan, son la euforia que oculta el bullicio citadino, entran al oído como un paisaje sonoro de un lugar fresco. 

Un mirlo en la ladera del río Mapocho que hurga el pasto, o cualquier pasto, es un trozo de cielo en la tierra. Su presencia es también ausencia. Pensarse pájaro y desconocer su naturaleza. Hay pájaros en la nieve y yo sueño en blanco. Los mirlos son el brillo de una oscuridad. La nieve se derrite en las ramas de un árbol y los pájaros se sostienen, se deshielan. Escribo para atajar a los pájaros, no en el sentido de propiedad, sino salir al encuentro de un animal por atajos. 

atajar: salir al encuentro de un animal por algún atajo. 

Decir pájaro, pensar en mirlo. ¿En qué especie piensas tú cuando digo pájaro? ¿Dónde están? ¿Dónde van los mirlos? Porque ellos no vienen, una va y ahí ellos, por bandada o pareja, escasa vez en solitario. 

Digo pájaro por mirlo. Ellos son un mundo asociado, mi cuerpo extendido, una escritura del vuelo, del nido, de migrar, no por miedo, sino disgusto, como explica en uno de sus pasajes Vinciane Despret en Habitar como un pájaro. “Sola como un pájaro”, escribió Violeta Parra en una de sus tantas cartas dirigidas. Escribir cartas y que no lleguen a ningún destino, sentirse sola pero acompañada de pájaros, leer otros pájaros y sus encuentros. Pienso en Elvira Hernández y Cecilia Casanova. Me recuerdo apoyada en una ventana y los pájaros rompen el silencio en la posibilidad de una introspección. En la ciudad los pájaros sociabilizan constantemente o nosotras sociabilizamos con su encuentro. 

Se me repiten los mirlos en el transcurso de los años, sin premeditación acumulo los recuerdos donde los pájaros estuvieron ahí, leyendo en el parque, volviendo a casa. Nada dicen los mirlos de mi andar, ningún pájaro vuelve sobre mí una nueva persecución, sí así algunos hombres, tan oscuros en la noche como un mirlo, pero el mirlo no hace daño, no es la noche, no es la violencia de los hombres que persiguen. 

Como en muchos otros encuentros, no tengo certezas y me vuelco en la calle atenta a encontrarlos. ¿A qué vienen los mirlos o a qué voy yo en su búsqueda? No hay atisbos de encontrarse con el mismo mirlo, todos son negros, todos los pájaros son el abandono. Describo cada encuentro con lo que alcanza mi mirada, hay pájaros afuera y yo no tengo jardín. No aprendí nada de los mirlos, llegaron a un pasaje en cuarentena, el alboroto del vuelo y su bandada por ahí. Solo observé. Internet me hizo saber que hay tres tipos de cantos y ahora no encuentro esa fuente, da igual, no aprendí nada de los mirlos. Pedaleo y me distraigo para encontrarlos. Los encuentro y me detengo, escucho, observo, hasta ahora cada una de estas acciones no ha sido más que placer, porque no he aprendido nada de los mirlos. Los vuelvo a encontrar, los sigo buscando, sigo leyendo, escribiendo, hasta que aprenda algo de los mirlos o hasta que no aprenda nada y esto solo se trate del placer de emprender un vuelo.

«Las voces de los pájaros me recuerdan lo que haremos después. El eco de un eco en retroceso, despavorido.»

Cristina Rivera Garza.

 

Por Carla Renata