Meter un gol para el equipo de los vencidos… ¿En qué consiste mi vida desde los diecisiete años más que en un único y eterno intento de meter un gol para el equipo de los vencidos?

Ten cuidado con aquellos que vivieron su primer amor en las obras de la juventud. En las épocas de mayor proyección del propio ego, cuando todo era juventud exultante y chispeante. Siempre están dispuestos a hacer la vista a un lado cuando se produce algún que otro crimen.

Hay que mantener la desesperación como si fuera una amante de la que no es posible separarse más que al precio de negarse a sí mismo, mantenerla durante uno, dos, doce, veinte años.

En la primavera de 1968 no vi solo gente feliz; vi también gente pálida de miedo por la libertad que se acercaba. Y no eran ancianos sino gente de mi generación. Tampoco eran criminales natos que tuvieran motivos para temer que iban a tener que pagar por las porquerías que habían cometido. Nada de eso. Eran más bien personas partidarias de que su vida transcurriera por caminos trillados, partidarios de una “vida práctica”.

Cuando uno pierde toda esperanza en la vida, debería abandonar simultáneamente el deseo de seguir viviendo. El hecho de que el hombre ni siquiera entonces pierda la voluntad de vivir produce los más horrendos resultados: las personas se convierten entonces en engendros, en monstruos, en aberraciones de la naturaleza; aquello que está decidido a seguir viviendo no es más que un montón de polvo, nada más que vanidad de vanidades, un individuo animal al que nada le da asco, manipulable por cualquiera, un sujeto cuya programación básica –elaborada por un Gran Planificador al que ninguno de nosotros tiene el placer de conocer– se pervierte hasta convertirse en una burla de sí mismo que sigue funcionando. Una serpiente cortada por la mitad cuyas mandíbulas siguen ahogando y tragándose al conejo, cuyas mandíbulas siguen funcionando de acuerdo con un programa que ya no es válido, que ya no funciona: conservar la vida aunque ya esté perdida… Lo que entonces queda es aquel hermano cerdo, como decía San Bernardo, que habita en cada persona. Ese sigue viviendo.

Una injusticia que no se repara durante la vida de una generación se convierte en nada –es como si nunca hubiera ocurrido–, todo desaparece del mundo, los asesinados y los asesinos. Esto ya lo han comprendido. Han comprendido lo que quería decir Talleyrand al afirmar: “La traición es una cuestión de tiempo”

En una época infame, trabaja. En el cielo hay una irrealidad que corrige la vida. Aparca allí. En una época infame, trabaja.

Es difícil saber qué lamentará más uno a la hora de la muerte, si lo que no le ocurrió o lo que no hizo

En 1960, después de la amnistía, los amigos de mis padres, que al igual que ellos acababan de salir de prisión, “explicaban” el significado de la palabra MUKI, que en el argot carcelario checo significa presidiario, como si se tratara del acrónimo correspondiente a Persona Destinada A Ser Liquidada (en checo: Muz Urcelay K Likvidaci). ¡Cómo les gustaban entonces a todos estas bromas! ¡Cómo confiaban –en la mitad del camino de su vida– en que algo iba a cambiar, en que los agravios iban a ser reparados, en que alguien enderezaría lo que se había quebrado! Nada, nada, nada los esperaba ya en la segunda mitad del camino, solo una existencia gris, el envejecimiento, el conformismo y, al final, el agradecimiento a quienes les habían destruido la vida por dejarlos subsistir modestamente junto a ellos sin exigirles nada a cambio… A partir de ahí empezaban ya a hacerse sentir los años, las enfermedades, a desdibujarse los ideales, a borrarse las diferencias, ¡y la vida proseguía! La vida siempre prosigue. Del polvo y la nada de aquellos que no habían alcanzado el perdón ni la salvación surgían los nuevos cómicos a los que les importaba un bledo todo lo que había ocurrido antes de su aparición, los muertos de ambas guerras, los masacrados y los liquidados; surgían los nuevos cómicos que aprovechaban la puesta en marcha de su propio ciclo biológico antes de que a ellos también se los tragase la oscuridad.

Silencio. Noche. Frío.

La vida continúa. ¿Mi vida? Un juego de cartas que no deseaba jugar.

Puede que ya no queden almas. Es posible que ya no me encuentre con ninguna.

¿Ha significado siempre nacer la necesidad de nacer como esclavo de una sociedad de cretinos, la necesidad de vivir la vida dentro de las limitaciones impuestas por los mayores cabrones, por quienes detentan el poder?

Morimos como una chimenea. Negros de lado a lado. Pero sin culpa alguna.

Moriré en medio de una historia falsificada… Viendo cómo se pudre una generación tras otra

La mayor felicidad que uno pueda imaginar: resultarle repugnante a ciertas personas. No incomprensible, repugnante.

¿Cuál es la parte de nuestro destino más ligada al mito de Sísifo? Cortarse las uñas, Una y otra vez. Hasta la muerte. 

En los jóvenes redactores que llegan en los últimos años cada vez con mayor frecuencia a las editoriales de Praga (en el marco del fortalecimiento de la política de cuadros) se combina el habitual y nada sorprendente entusiasmo juvenil con un cinismo tan duro e inconsiderado que me sigue sorprendiendo incluso a mí. A mí.

No le des patadas a nada que puedas dejar a un lado, pero no lo levantes del suelo, no lo recojas. (Esa podría ser una definición genérica de la poesía).

Cuando me aburra de pasear por la orilla del lago, me iré a pasear por el fondo

¿Yo no escribí en mi vida nada que valiera la pena porque no sabía escribir frases bastante buenas o porque no tenía bastante buen corazón?

Hemos sido una generación especial. El mundo empezó a envejecer y a convertirse en una porquería al mismo tiempo que nosotros

Una persona es madura, entre otras cosas, cuando un buen día es capaz de asumir su fracaso, su derrota, la muerte de sus sueños, sus nadanadanada, aún en vida, aún en esta vida.

Un escritor novel con un mínimo de sensatez tiene que ser consciente de que el reconocimiento de esta élite oficial es una declaración de irrelevancia.

Lo mejor que he visto en esta vida fue el cielo; lo mejor que en ella oí fue el silencio; lo mejor con lo que me topé fue la soledad.

No mi reino por un caballo, yo he dado la vida por los libros, en eso he perdido la vida. En vano, en vano.

¿Qué es mi poesía, toda la que he escrito? Un suicidio sobre la tumba de mis padres. Las personas no son flores, no pueden crecer alegres y divertidas en las tumbas, de las tumbas.

El objetivo de la gente que escribe: demostrarle a alguien, en algún momento, después de muertos, que hemos sido distintos –mejores– de lo que hemos sido.

Estas notas no son un diario sino un diagnóstico. Mi diagnóstico.

Escalpar los sueños de toda una generación, escalpar las crines de tres generaciones, para que iluminen la penumbra nocturna del siglo como una rancia luna muerta.

Dios apagó la luz de mi interior. Hace tres, hace cuatro años. Dios apagó la luz de mi interior y me dejó seguir viviendo. 

Llevar el luto en las mangas, en los sombreros, en las solapas, para que a nadie se le ocurra a empezar a hacernos bromas. 

Barrer lo vivido en la vida pasada. Limpiar lo que no esté en orden y lo incompleto, pero borrar también las huellas. Dejar todo barrido en la vida vivida.

El epitafio para mi generación (posiblemente la última) quizás –no lo sé, quizás– debería ser: tu fe te llevó a la perdición. En adelante solo sobrevivirán los que no tengan fe en nada o estén dispuestos a renegar de ella en cualquier momento, a renunciar a ella, a sacrificarla.

 

 

Por Jan Zábrana

Fotografía de Marc Riboud

Selección y edición de Miguel Ángel Gutiérrez

 

De

 

 

 

Toda una vida
Melusina
2010
Edición establecida, anotada y presentada por Patrik Ourednik
Traducida del checo por Fernando de Valenzuela Villaverde