lo que pasa con el alma es que no se ve lo que pasa con la mente es que no se ve lo que pasa con el espíritu es que no se ve ¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades? ninguna palabra es visible

A. Pizarnik

Jesús Presidente

(pintada en una pared del barrio José Luis Cabezas, en Ensenada, La Plata)

I

El cuerpo del biguá aloja un parásito. Si no consume el equivalente de su peso por día, el parásito se lo come. Eso escuché alguna vez. No sé si es cierto, pero me hizo pensar en algunos deseos, y en la idea de destino, que a veces se emparenta con la de condena. “Un fantasma es alguien que repite su tragedia”, escribe Mariana Enriquez en el prólogo a “Los elementales”, de Michael McDowell. En “Hace un año en Marienbad”, de Alain Resnais, los personajes son proyecciones de la memoria, autómatas que reiteran una y otra vez la imposibilidad de un encuentro. Se pasean por las habitaciones y los jardines de un palacio. Hay un mecanismo averiado, un deseo que no se salda, que gira sobre sí mismo.

Cuando era pequeña, tenía una obsesión. Si me encontraba una lámpara mágica, o un ángel me concedía un deseo (la imaginación infantil no conoce religión), debía ser capaz de una enunciación perfecta, sin grietas. La palabra justa. De lo contrario, si pedía volar, a secas, podían convertirme en pájaro, o ser incapaz de volver a pisar el suelo, en el mejor de los casos. Entendía que el poder del genio escondía un ingrediente malicioso que hacía falta sortear con inteligencia. ¿De obsesiones semejantes nacerá la poesía?

Casandra podía ver el futuro, pero estaba condenada a no ser creída. Como bruja, Medea tenía poderes sobrenaturales, pero no fue capaz de conservar el amor de Jasón, y terminó en el exilio, traicionada, matando a sus propios hijos. Edipo se convirtió en rey de Tebas, pero mató a su padre y desposó a su madre, desatando la tragedia. Orfeo logró sacar a Eurídice del inframundo, pero la perdió para siempre al volver la vista antes de que ella hubiera emergido completamente.

En nuestra historia hay maldiciones semejantes. Pienso al voleo en Beethoven sordo, en Nietzsche sin razón, en la esclerosis múltiple de Jacqueline du Pré, en el cáncer de lengua de José Castelli que narró Andrés Rivera, en un sin número de prodigios de las letras, las artes plásticas, la música, que murieron pobres, alienadxs, y solxs. Ahí donde asoma lo extraordinario, la amenaza de un daño, de un mal. De pequeña leía en esto un orden secreto, una especie de ley. Ahora ya no sé, juego a pensar, o compongo textos literarios.

II

Antes de que el mundo fuera creado, existió la nada, se escribe por ahí, que es como decir el todo, una cosa indiferenciada, sin bordes definidos. Cuando miramos hacia atrás y trazamos una historia de la ciencia, tendemos a concebirla en una sempiterna batalla contra la superchería de barrio y el dogma cristiano. Es cierto que su desarrollo trajo aparejado el distanciamiento del paradigma teocéntrico, pero con el diario del lunes todxs somos Gardel. Decir que habían dos bandos, sería caer en anacronismos. Me atrevo a pensar que antes de que se midieran con compás y regla los terrenos del saber, para proceder a su división y su arrendamiento, la ciencia y todo eso a lo que hoy se la opone compartían pista de baile. Enfermedades psíquicas y físicas o simples ataques de rabia eran adjudicados a posesiones demoníacas, la evolución de los aparatos fotográficos daba lugar a la investigación sobre el mundo de los espíritus. Químicos y alquimistas, médiums y físicos, se disputaban el estudio de los mismos fenómenos. ¿Cómo negar lo que formaba parte de un sentido social y cultural de base, de siglos de creencias, religiosidad y prácticas compartidas, asociadas al mundo espiritual? Hasta bien entrado el siglo XIX, el desafío de la ciencia era menos demostrar que las manifestaciones paranormales fueran un fraude, que explicar su naturaleza, clasificarlas, y luego sí denunciarlas, en caso de falsificaciones. El menosprecio y la negación de base, vendrían después. Hasta entonces, ni el creyente era un crédulo, ni el practicante un pavote.

Si vamos a los “Archivos de psiquiatría y criminología” dirigidos por José Ingenieros entre 1902 y 1913, vamos a encontrar entre sus páginas tanto fantasmas y espíritus materializados, como teorías como las de Charcot o las de Lombroso. Estas investigaciones pertenecían a la misma categoría, y no sorprende. Cuando las aguas se dividan frente a la ciencia aparecerán las ciencias ocultas; frente a la psicología, la parapsicología. Existe un punto de partida común. Para sobrevivir, las religiones oficiales iniciarán un camino de secularización. Las propuestas radicales, las catarsis colectivas quedarán a cargo de las sectas y las sociedades secretas que pulularán por zaguanes, callejones y sótanos. Algunos investigadores pasarán de los estudios esotéricos a los estrictamente científicos, otros harán el camino inverso. Algunos, pendularán entre boliches con una originalidad sofisticada. Ahí esta el “Libro Rojo” de Jung. Si hoy nos parece extraña esa mezcolanza de saberes y desconfiamos de todo lo que huele a psicomagia es por ignorancia histórica. Nuestro escepticismo es joven y ni siquiera está asegurado. El siglo XX no destruyó la fe y sus derivados; los condujo a la clandestinidad, los convirtió en tabú. Nuestra historia terrena se entrelaza con creencias esotéricas. Trazamos una frontera entre lo que consideramos racional y lo que no, y san se acabó. Pero no se trata de creer o dejar de creer, sino de constatar sin subestimar la importancia del componente mágico en la vida social, de reconocer las extensiones de la experiencia. ¿Qué es un fantasma sino lo que no se nombra?

III

Un picadito. Jacques de Mahieu fue un francés colaborador del nazismo durante la ocupación, que tras el avance de las fuerzas aliadas y la caída del régimen decidió refugiarse en Argentina. Desarrolló una amplia carrera académica y escribió libros sobre esoterismo, antropología, sociología y ciencias políticas. Entre sus teorías está la del descubrimiento de América por los vikingos. Este personaje fue uno de los mentores del grupo Tacuara, un movimiento nacionalista fundado a fines de los ‘50, donde Galimberti dio sus primeros pasos en la militancia política. A López Rega, “el brujo”, ya lo conocemos. ¿Qué hay de cierto en el relato de las sesiones en las que el cuerpo embalsamado de Evita era puesto junto al de Isabel, para operar la transfusión de un alma, una fuerza, un poder? Roberto Arlt publicó a principio de los años ‘20, “Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires”. Al afán descalificatorio de las prácticas esotéricas, lo acompaña el conocimiento propio de quien se sumergió en las entrañas de la bestia. Más que el libro de un escéptico, parece el libro de un fascinado. Los personajes de Roberto Arlt dan cuenta de esta seducción y del juego entre magia, ocultismo y poder. Su antecedente inmediato es Lugones, con sus “fuerzas extrañas” y su adhesión a las ideas de la fundadora de la teosofía, Madame Blavatsky. En su “hora de la espada”, hay algo de llamado mesiánico. Hay fuerzas ocultas que tuercen nuestro destino y el destino de la patria. Es necesario conocerlas, estar alertas y reaccionar a tiempo para la salvación colectiva. Una retórica espiritual subyace a la misión política. “Cristo vence”, escribieron los opositores a Perón, antes del golpe del ‘55. Existe una analogía entre los ejercicios pobretones de poder (el que demora el avance en la fila del banco) y los de esoterismo (el que prende una vela para aprobar un examen). Lo mismo puede decirse hacia arriba. Están quienes convocan a su tía muerta, y quienes convocan a un dios.

Mención aparte merecería la descripción de personajes como Rasputín, la ya citada Blavatsky, el Aleister Crowley de la Thelema, el Allan Kardec del espiritismo, el Ron Hubbard de la Cientología. Por no hablar de los templarios, los iluminatti, los masones, y las mil y un sectas con suicidio masivo incluido. El poder sobre el mundo de los espíritus corre de la mano del poder sobre el mundo de los vivos, en el terreno cultural, político y/o económico, ya se trate de un país o de una pequeña comunidad, orientando conductas y disputando sentidos. Se me ocurre que estas figuras, incorporadas al componente sucio de la historia (la enfermedad, en vez del remedio), se parecen bastante a los grandes líderes políticos. A su carisma y su poder de sugestión, se le suma la capacidad para interpretar y dar forma a un apetito no saciado, a un deseo colectivo. Estos personajes materializan un fantasma social.

IV

A los ya mencionados Roberto Arlt y Leopoldo Lugones, podríamos sumar el interés de Mario Levrero, con su “Manual de parapsicología”, por el mundo espiritual y las sociedades secretas, a Olga Orozco o a Marosa di Giorgio con su universo poético ligado a la brujería. Pero la relación entre literatura y esoterismo no termina en la mención de dos o veinte nombres propios, ni en los relatos de aparecidxs que abundan en las biografías, tampoco en la infinidad de referencias que encontramos en los libros al poder profético de la escritura. Existe una expresión sutil del diálogo entre los mundos, presente en la teoría del iceberg de Hemingway, que se emparenta con la del subtexto, tan cara a las teorías de la interpretación. Existe lo aparente, lo que se ve sobre la superficie, y lo que está oculto, escondido, respirando y sosteniendo el sentido. Leer es entonces, tratar con el fantasma, perseguirlo, aprehenderlo.

La palabra “trance”, que da título al libro de Alan Pauls editado por Ampersand, para señalar la experiencia lectora, coquetea con el universo mediúmnico. La idea del poeta como vidente de Rimbaud, nos retrotrae también a Blake y a los románticos, a la literatura fantástica que crece y se nutre con la imaginería medieval y religiosa, pasando por la comunicación con la musa, esa entidad en la que asoma la imagen de la diosa blanca y la esfinge oracular. El interés por los sueños, las visiones, las voces que suenan en la noche, todo eso está en el nacimiento de la literatura moderna, bajo el signo de la Revolución Industrial. Incluso más atrás, en el Quijote, bajo la forma de su locura, el mas alucinado de todos, casi un místico. La musa posee al poeta, como posee al Quijote su delirio que es también el amor por una Dulcinea que no existe sino como una proyección de su propio deseo, que toma como rehén a una muchacha cualquiera. Los surrealistas, esos últimos románticos, retoman todos los tópicos y los vuelven programa, ahora bajo la venia de un Freud desacatado. Por la misma época, Lugones se preguntaba de qué materia estaban hechos nuestros fantasmas. Escribe un fantástico cientificista, a la luz de las nuevas teorías. Quiroga hace lo propio, saltando de la superstición tierra adentro a las posibilidades del cine y su captura de los vivos en una cinta de moebius. Silvina Ocampo desacraliza la infancia y nos muestra cómo demonios y deseos proceden de la misma estancia, de la misma casa de muñecas. Hoy, Mariana Enriquez se pregunta cómo elaborar un fantástico criollo. Es una pregunta dirigida a los objetos y a las representaciones, porque la retórica del fantasma sobrevive incluso en la narrativa que se autodenomina realista, y se pasea oronda por la ciencia ficción. Y eso que lee y expresa la literatura es, como sólo la literatura sabe hacer, el despliegue de (y el diálogo con) el costado amordazado de la vida social, el componente reprimido de nuestra experiencia histórica. Ahí donde se traza una frontera que invisibiliza, la literatura la expone y levanta un signo de interrogación.

La consigna “la imaginación al poder”, del mayo francés, aunque gastada (y foránea) sigue siendo atractiva. Persiste ahí una demanda contra la razón y el orden burocráticos que ponen el funcionamiento de la máquina por encima del engranaje, a la par que fabrican subrepticiamente discursos en donde lo aparente ya no es más lo real, un mundo de paranoicos, histéricos y obsesivos, perdidos en solitarios laberintos. Frente al proyecto de falsos oráculos, falsas visiones y falsos contactos, que hace que los perros giren como trompos para morderse la cola, la imaginación colectiva responde con sus santitos, sus creencias de bolsillo, sus fiestas populares. Quizás hoy más que nunca, sentarse a tomar mate con los fantasmas, invitarlos a fiestas y bailongos, bautizarlos en sociedad, sea la mejor manera de inocular su dominio invisible, de devolverle a la vida su poder. Como leí por ahí, “todos tenemos una pata de conejo escondida en el pensamiento”.

Por Tamara Rutinelli

Con imágenes de @marzakai y @paulaerre