Hace poco tiempo, en pleno valle del norte, territorio devastado por la sequía, fue la primera vez que vi árboles frutales envueltos en mantos blancos. Siembras verdes entre los matices siena como pequeños túmulos ajenos al paisaje. No se trataba de ningún milagro, sino de monocultivos de mandarinas preparadas para su exportación. El velo blanco es una técnica agrícola contra la polinización de las abejas para cumplir así con los requerimientos de los consumidores norteamericanos: frutas sin semillas. En ese momento supe que clementinas y mandarinas son autoincompatibles. Es decir, su polen no es capaz de fecundarlas. Por tanto, cuando están en una plantación aislada no producen semillas. Pero el polen es compatible entre distintas especies, lo que significa que, si en las cercanías se encuentran otros árboles de frutas cítricas, aquellas especies les entregarán polen fértil y provocarán la aparición de semillas. La protagonista de esta polinización indeseada por el mercado es la abeja. A diferencia de otros frutales, donde diversos insectos contribuyen a la polinización, en el caso de los cítricos si no hay abejas no habrá semillas.

Este acontecimiento es parte de una “teoría del polen” bajo el voraz modelo neoliberal. No hay procesos naturales, hay innovación mercantil. El problema no es ya la transformación, sino la interrupción del soplo, la respiración de la mixtura, la forma más radical de vivir en el mundo, según señala el filósofo Emanuele Coccia. Sin embargo, Victoria Ramírez evidencia otros tiempos, una contra-celeridad mediada por la mirada, por la percepción sensible de quien testimonia asombrada sin agitarse: “semillas /demoran años /nada apura /ni siquiera /la ansiedad /de la belleza”. Murmura, susurra casi. Lo que aparece es aquello que se constata cuando nos implicamos con el cuerpo y nos afectamos ante una existencia anterior a nosotres. Porque el acto de mirar está contaminado por otros sentidos. Somos parte de la impureza de la vida, en tanto estamos rodeadas de la urdimbre vegetal. Siguiendo a Coccia, nuestro hábitat es un “hecho vegetal” antes que uno antropocéntrico y zoocéntrico. Jamás podemos comprender una planta sin haber comprendido lo que es el mundo.

El libro de Victoria Ramírez está compuesto por tres momentos o procesos: Inflorescencia, Polinización y Fecundación. La escritura está imbricada en fragmentos. Hay un montaje de poemas, aforismos y citas de quienes han entregado su vida a los seres que crecen hacia la luz del sol. En estos poemas acompañamos al mundo vegetal en el proceso de su vida, en sus acciones mínimas e invisibles frente al tiempo humano. Aunque también aparecen ferocidades que no son más que el ímpetu de la existencia y, por tanto, el ímpetu por sobrevivir y expandirse como parte de todo lo que nos rodea. Aristotélicamente se presenta la fuerza de creación de las plantas, el principio de animación de la naturaleza, como origen, aquello que la poeta traduce en palabras como altanería, violencia, deformación, devorar, tropezones y manotazos. Se nos advierte sobre la resistencia al enemigo, la defensa con veneno, espinas y secreciones pegajosas; o aun más, la capacidad de recordar.

En La vida de las plantas, Coccia señala ciertas jerarquías actuales en el pensamiento occidental, donde ha primado el valor de la vida animal por sobre la vida vegetal como una forma de “darwinismo interiorizado”. En otras palabras, pone en evidencia la identificación con la existencia animal como un principio del humanismo, donde no se presentan otras formas de vínculo ni relaciones posibles. Al contrario de ello, los poemas de Ramírez no se escinden de la voluntad cotidiana de quienes han inventado un mundo previo a nuestra existencia, de quienes han imaginado las formas antes que pudiésemos notarlas. Allí donde el sujeto ha abandonado el conocimiento del cosmos aparece la lengua vegetal: “Al echar raíces desmantelan sus dialectos. Ese hábito subterráneo causa extrañeza en los humanos”. Aquella desafección se revela en los nombres latinos de las plantas, nominaciones narcisistas que plantaron banderas sin afectación, sin interrogación al nominar un mundo previo. No ocurre así en el diálogo de diversos pueblos indígenas que buscaron traducir el espacio, el gesto, el sonido. Desde el Pueblo Mapuche, a esto lo conocemos como Itrofill mongen: reciprocidad, relación interespecies. Porque “El verdadero lenguaje es la omisión. Una planta no miente si guarda silencio”.

Aquello imperceptible, que se nos olvida por demasiado humanos, demasiado animales, la poeta lo transforma en una seña sutil: “aún es posible ver”, dice. Mientras, enumera especies en peligro de extinción: añañucas, garras de león, hueles, araucarias volcánicas, orquídeas de Nahuelbuta. Se conmueve ante el suceso de la existencia o el recuerdo de la planta como ser sexuado. Y entre las fisuras de las observaciones y la recolección de especies propone un recuento en pleno ambiente apocalíptico: “el mundo se puede acabar y aun así”.

Así como se observan los pequeños gestos de las plantas en este mundo demasiado animal, en Teoría del polen se presentan los restos cotidianos de lo humano como posibilidad que sobrevive al modelo. Son interrupciones del tiempo neoliberal. Estos vestigios los contemplamos en mínimas acciones que nos recuerdan que somos una comunidad que puede sobrevivir de otro modo. Una propuesta ética de quienes tienen una relación vincular más allá de la tragedia inmediata: “podemos sentir el aire de alga marina”, “es posible tararear una canción por el miedo de caminar a oscuras”, “ver montañas nubes sobre cumbres punzantes”, “niños que juegan pulcros sobre la arena que construyen canales para que pase el mar”, “ver volantines que caen en picada”.

La observación en este poemario híbrido es también un registro de lo efímero. Y es que son múltiples los tiempos que nos sobreviven más allá de la máquina humana. La poeta recolecta las especies con rigor sensible, da cuenta de sus procesos complejos, su crecimiento expansivo, su sexualidad y erotismo; mas ya no como herbarios prisioneros, inertes y empolvados en una sala de museo, sino como esquejes que vuelven a brotar en los poemas: partículas interminables que seguirán acá después de nosotres.

Un archivo en movimiento se ofrece en estas páginas, una documentación como memoria ardiente de nuestra barbarie como especie. Porque ante el presente en crisis cabe “hacerse cargo de las imágenes /confiar en la plenitud en los registros /decir las cosas tal como suenan /una especie /se extingue”. Poemas para no olvidar que no somos un mero “recurso productivo”. Como escribe Coccia, “la razón vegetal propone comprender el devenir del mundo y la vida como un estado de inmersión en donde los límites impuestos por la racionalidad se desdibujan y reina la mixtura de los seres y los elementos”. Hay que entender esto como una ética política del cuidado, la experiencia de la ternura como teoría, hoy más que nunca. Es imperativo, pues confiamos en estos versos de Victoria como señas sensibles de un deseo colectivo: “Si existen afuera limpios propósitos de los afectos”, “Si existen afuera certezas corazonadas intuiciones”, “Si existen afuera. Sintonías alianzas”. Con estos poemas, a falta de certezas, tenemos la posibilidad.

 

Por Daniela Catrileo

Foto de portada: Ilse Bing

 

Teoría del polen
Victoria Ramírez
2021
Provincianos Editores
60 pp.
Más info en https://www.provincianoseditores.com/product-page/teor%C3%ADa-del-polen