Salgo como he venido, a tientas.

La última niebla, María Luisa Bombal

1.

Una sala de clases poco antes del mediodía. Sibila, profesora de castellano, avanza a contraluz entre los asientos de adolescentes uniformados. Estamos teñidos de una claridad amarillenta. Su resplandor distorsiona los rostros de quienes, en algún momento de mi vida, conocí hasta el fastidio.

La mujer, con lentitud, ondula sobre los tablones de esa sala. A cada paso se hunde y sale a flote. Su boca se mueve, pues algo dice. Enfatiza una frase de esa canción que acaso oímos. Quizá solo la declama, sin música. Quizá la canta y acentúa: «Ya no te amo». Nos señala el poder emotivo que guarda la letra, en especial ese verso. Insiste en alguna figura retórica. Tal vez menciona la rima xxx o la xxxi de Bécquer o algo anterior, como el “Quiero escribir y el llanto no me deja” de Lope. Sus labios profieren múltiples obras y autores. Mientras una parte de su voz enlista sonetos y elegías, otra, superpuesta, alza el tono y exclama: «Me he enamorado / de un ser divino». Se da una pausa. Con su afilada sonrisa nos recalca el contraste:

«Ya no te amo / Me he enamorado». Es —ustedes coincidirán conmigo— el momento más intenso. Indica con toda claridad el sentimiento que invade a la voz poética. El itinerante amor se ha desplazado. Ya no quiere a su interlocutor. Hay alguien más. Es la evidencia de que sus palabras no contienen despecho por el abandono sufrido, sino que surgen de una sincera superación del pasado amoroso que alguna vez hubo.

El enunciado «sus palabras no contienen despecho» retumba en esa cabeza adolescente y no puedo asegurar que la dimensione. Se forja allí y en la cita del tema musical la revelación de un sentimiento confuso, el fin del amor, el que solo es viable ponderar cuando se presenta como experiencia íntima. Mi casi segura desafección juvenil establece una distancia con la cual resulta imposible asir aquel dolor. Intento imaginar el esfuerzo que hizo ese joven para proyectar, en algún improbable escenario amoroso, la angustia que aquella canción vertía por todos lados.

Se observa con claridad que aquella es una obra cuya fuerza se desprende de la experiencia de haber dejado de amar o de haber sido rechazado. Por una parte, de un desprecio que no es rencor sino lástima, un desprecio afligido, comprometido con establecer un alejamiento gradual. Por el lado del rechazado se intuye la sensación de ir a la deriva, perdido, a oscuras luego de recibir la mala nueva, donde la única mano que acude en su ayuda, esa ineludible mano amiga es, precisamente, la de aquella que le acaba de decir «ya no te amo».

2.

El año 1988 Isabel Pantoja lanza “Así fue”, el segundo sencillo de su disco Desde Andalucía, escrito y producido por Juan Gabriel. Para cuando la profesora nos lo enseñó como parte de no sé qué programa escolar, entre 1995 y 1997, esa canción ya era un clásico. La habíamos escuchado hasta el hartazgo en la radio de alguna micro o sentados en el comedor diario mientras esperábamos la once. Su melodía destellaba en nuestra memoria, su letra permeaba como suele pasar con los mitos. La excusa para negarse a admitir que nos gustaba era el grunge y su consecuente desidia, pero lo más probable es que la negábamos porque, en realidad, nunca la sentimos de verdad. Superados por su conmovedora interpretación y por esa letra anegada de amargura, nos quedábamos ahí, callados y atentos a la voz de nuestra vidente:

[…] por ejemplo, mediten la idea del fin del amor como tema central. Una persona está ante su expareja y le dice: «Soy honesta con él y contigo / A él lo quiero y a ti te he olvidado / Si tú quieres / seremos amigos / Yo te ayudo a olvidar el pasado / No te aferres / No te aferres / a un imposible». ¿Qué creen que pasa ahí? Porque, si aprecian con cuidado, ese desenlace no refiere solo al texto que leemos ni al proferir que oímos. No es únicamente ella y su duelo mientras finiquita el asunto. Puede ser también el presumible lamento del interlocutor constituido a partir de su silencio. El estremecimiento del desgraciado se podría verificar en el vacío que queda entre líneas ¿Lo sienten?

Sibila nos observa. Se pasea entre los bancos y se acerca a su escritorio. Toma un libro repleto de banderitas de colores. Las puntas de las páginas están revueltas. Alcanzo a ver parte del título. Lo abre y lee:

Sea lo que fuere del objeto amado, que desaparezca o pase a la región Amistad, de todas maneras, no lo veo desvanecerse: el amor que ha terminado se aleja hacia otro mundo a la manera de un navío espacial que cesa de parpadear: el ser amado resonaba como un clamor y helo aquí de golpe apagado (el otro no desaparece jamás cuándo y cómo se lo espera).

Lo cierra. En la tapa se ve, en letras negras con fondo amarillo: Roland Barthes Fragmentos de un discurso amoroso. Exclama «¡Errabundeo!» y menciona la página 110. Nos mira de nuevo y reitera la pregunta: «¿lo sienten?».

Hoy, después de tantos años, cómo no hacerlo. Esto, que a los quince era apenas una discreta fatiga, ahora pesa como una losa. “Así fue”, pasado el tiempo, logró gravitar con una densidad mayor.

3.

Desde que esta idea discurrió, he pensado si en efecto el tema del fin del amor clausura la canción. Considero que su sentido no sucumbe ante ese quiebre declarado o, en palabras de Barthes, al cese del parpadeo, sino que mantiene su latencia en silencio —en el vacío que queda entre líneas—, no para esperar el regreso de ese amor que ya derivó su cauce hacia otro huerto, sino, como señala más adelante, para que otras voces cierren aquella experiencia:

[…] el fin de esta historia, exactamente igual que mi propia muerte, pertenece a los otros; a ellos corresponde escribir la novela, relato exterior, mítico.

Esta obra escrita por Juan Gabriel, por lo tanto, no se consuma en el dilema inicial del quiebre amoroso, sino en esos mensajes subterráneos que brotan entre líneas. Según esta lectura, lo que aflora sería un cruce de caminos semánticos entre la voz poética, su interlocutor y la nueva pareja. Uno de esos caminos conduce, aunque parezca contraproducente, al inicio del amor romántico, a esa etapa idílica:

me he enamorado / de un ser divino / de un buen amor

En esta etapa —ustedes coincidirán conmigo— es difícil encontrar defectos o, aunque sean predominantes, estos tienden a soslayarse en honor a los atributos positivos. El lugar desde donde la voz emite ese discurso sería, entonces, ese en el que se observa al ser amado en toda su perfección sobrehumana. Por lo tanto, la canción misma ofrecería un camino de apertura. Es, desde esta perspectiva, una declaración de amor indirecta hacia el tercero ausente. Así, la voz poética está en ese cruce: por un lado abre un derrotero mientras que por el otro lo cierra. Este último avanza hacia el armisticio o hacia ese momento confuso en que el regazo de la figura amada deviene alambre de púas presto a fijar los lindes del afecto:

si tu quieres / seremos amigos / yo te ayudo a olvidar el pasado

Una zona gris donde se entrecruzan la espera romántica, la memoria del tiempo juntos, el desengaño. Una opacidad que, en efecto, inunda todo el trayecto —sea o no bajo la asistencia de ese antiguo amor— y a través del cual, como menciona Barthes en el mismo apartado de su libro, el amante despreciado avanzará no sin antes descubrir «que está condenado a errar hasta la muerte, de amor en amor».

4.

Todavía existe un aspecto que podría conectar aquella superficie del fin del amor con el sustrato de los caminos-destinos entrecruzados: el perdón. Quienes conocen esta obra musical ya oyen esos versos iniciales en los que se insiste con una súplica:

Perdona si te hago llorar / Perdona si te hago sufrir […] Perdona si te causo dolor / Perdona si te digo hoy adiós

Esta aliteración reviste carácter de demanda en la que se establece un tipo de jerarquía. La voz, en su solicitud, se encuentra en una posición de poder sobre su interlocutor. Le pide perdón, pero utiliza la conjunción ‘si’ en su forma condicional. De esta manera, la voz asume que el perdón solicitado tiene ciertas exigencias, dictadas por ella misma, para que este se efectúe. En ningún caso utiliza la forma causal “perdona ‘por’ hacerte llorar”, pues quizá no ha provocado lágrimas en su interlocutor o sencillamente las ignora. Por lo tanto, impone determinados escenarios para que el perdón pueda serle otorgado. Esto es importante, pues si dichas condiciones no se cumplen, no habría nada que perdonar. La posición de poder desde donde la voz poética suplica admite tanto necesitar como prescindir del perdón solicitado. Es, con todo, el lugar de quien desplazó la inquina y ha alcanzado cierta armonía, como evidencian los siguientes versos:

me he enamorado / de un ser divino […] que me enseñó / a olvidar / y a perdonar

Su nuevo amor, esa figura idílica que ahora colma todas sus pasiones y afectos, ha logrado cincelar el encono que pudo padecer la voz poética. El aprendizaje del perdón viene precedido del olvido. Ella ha relegado el despecho que antaño le ocasionó el abandono y hoy, con el corazón y el cerebro pulidos, está limpia y dispuesta a avanzar por ese camino de apertura. Sin rabia, sin memoria.

Aquí hay una paradoja: es imposible olvidar y luego perdonar, pues, si ya se ha olvidado, entonces, ¿cómo uno sabe qué es lo perdonado? Lo lógico sería primero perdonar —entendiendo, en base a la experiencia, cada afrenta sufrida— para después, quizá, superar, y luego, con mucha dificultad, olvidar. Sostengo este argumento en base a un artículo de Humberto Giannini llamado “Del perdón que se pide y del perdón que se da”:

Pero que ocurra el evento del perdón no significa borrar el dolor y la memoria del bien que se ha perdido. Todo lo contrario, puede significar que ahora el dolor va a vivenciarse como puro dolor, purificado del odio y del rencor que en cierto sentido lo perturbaba y distraía.

Así, pues, el perdón que se da y el que se recibe terminan siendo un acto de con-donación que sólo podría ocurrir en la fragua de un encuentro en el dolor. En un dolor compartido, se comprende.

Otra idea mencionada por Giannini en su artículo refiere a que el perdón no puede ofrecerse a alguien que no lo haya pedido, pues expresaría un acto de soberbia encubierto. Señala que, entonces, «el perdón que se pide es la única iniciación posible de un proceso de reconciliación».

Con todo, cuando la voz poética pide perdón bajo los criterios determinados por la condicional ‘si’, no lo solicita por algún escarnio pasado, sino por los que podría realizar mientras se desarrolla la canción. A saber, pide perdón por adelantado, advierte el dolor que el otro sufrirá y, sobre todo, el rencor que desencadenaría con el oprobio de haberlo reemplazado en su cualidad de “ser divino”. Sería, por lo tanto, un perdón contradictorio, pues causaría animadversión en lugar de avenencia.

El interlocutor, por ende, se entera en ese momento de que ha ofendido a su antiguo amor y de que ahora él sufrirá un mal similar. No solo eso, además descubre que, por fortuna, ella ha superado la discordia y lo ha perdonado. ¿Hay en ese perdón ofrecido un acto de soberbia disimulado? Es posible que sí, en tanto consideremos altanera la actitud de no padecer el proceso del perdón desde un dolor compartido, como indica Giannini.

Sin embargo, aquí no intento asumir que el interlocutor es una criatura inocua que se mortificará injustamente a destiempo o que, incluso, recién ahora dimensiona el daño provocado. Por supuesto, sería ingenuo plantear que el silencio del desgraciado es sinónimo de victimización o de ignorancia. Su misma mudez es agresiva cuando la voz le recuerda:

Tú te fuiste sin decirme nada […] Y que regresabas / no me dijiste

El silencio y la ausencia son ultrajes difíciles de enfrentar, pues su carácter ingrávido alentaría la especulación para, desde ahí, llenar la falta. Tal y como apunta George Steiner en Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, la mente humana, enfrentada al vacío, construye «ficciones más o menos consoladoras de supervivencia». Por lo mismo, la voz explica que le brindó «la mejor de las suertes». Es evidente que aquella declaración fue otorgada in absentia, cual artificio psicomágico. Solo así podría entender al perdón ofrecido, ese que debería ser un disimulado acto de soberbia, como un acto de reconciliación con el silencio, con la ausencia inefable de su interlocutor.

* * *

Aún puedo imaginar a Sibila en esa amarillenta sala de clases rodeada de cabezas agónicas por el peso del mediodía, aún enfatiza aquel verso amargo y nos revela que el modesto arcano contenido en esta canción radica en el extravío de todo aquel que alguna vez se enamoró y que, por algún motivo, dejó de amar; del rechazado que debe buscar un nuevo rumbo en aparente soledad o de la misma voz poética que está ávida de yacer con su buen amor, acaso tan perdida, tan errabunda, como el miserable que, frente a ella, disfraza sus lágrimas en silencio.

Por Arturo Molina Burgos

Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso, trad. Eduardo Molina, Siglo XXI, 1998, p. 110.

Cabreiro, Sibila. La artimaña de lo cotidiano, Ediciones Katarsis, 1994.

Gabriel, Juan e Isabel Pantoja. “Así fue”, Desde Andalucía, BMG, 1988.

Giannini Iñíguez, Humberto. “Del perdón que se pide y del perdón que se da”, Atenea, 497(2008), pp. 11-22.

Steiner, George. Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, trad. María Condor, Fondo de Cultura Económica, Siruela, 2014, p. 77

[i] Inspirado en un texto de Sibila Cabreiro.