Las raíces argentinas e italianas de Alejandra Costamagna (Santiago, 1970) relucen en su última novela El sistema del tacto (2018, Anagrama). Escritora y periodista, Costamagna empieza su carrera literaria en la década de los noventa, y ha ido ganando con los años una atención creciente. Entre sus publicaciones se encuentran la novela En voz baja (1996, LOM Ediciones), los libros de cuentos Imposible salir de la tierra (2016, Estruendomudo) y Animales domésticos (2011, Literatura Random House), y el volumen de no ficción Cruce de peatones (2012, Ediciones UDP).
La obra de Costamagna se puede ubicar en el actual panorama literario chileno como una de las tantas voces que buscan abrir nuevos caminos para el lenguaje y las inquietudes de nuestro territorio, y que se enmarcan a su vez en una renovación completa de la literatura en lengua española. Dentro de sus temáticas, la obra de Costamagna se caracteriza por abordar situaciones de la intimidad; la memoria, biográfica o histórica; la pertenencia y el desarraigo; la vida doméstica, que puede ser extraña y a la vez cotidiana; y el silencio, ya sea al interior de la familia o impuesto por la dictadura.
Costamagna pertenece a una generación de escritores que ha desarrollado su obra en la posmodernidad, una lógica histórica que transfiere una serie de rasgos particulares a la literatura mundial y chilena: la inorganicidad de las obras, es decir, la inexistencia de una organización unitaria, que privilegia la fragmentariedad o la desconexión entre sus partes; la parcialidad del punto de vista, que lleva a conocer a los personajes desde ángulos aislados, sin que se lleve a cabo una indagación psicológica total, como se plantea en la literatura moderna; y por último, la falta de una utopía, o un destino claro, que guíe las acciones de los protagonistas. En consecuencia, los conflictos ya no aparecen claramente definidos y estructurados como se ha hecho en literaturas anteriores.
Analizando El sistema del tacto, encontraremos una serie de elementos de interés, donde se destacan la particularidad de su estructura y de los materiales escogidos por la autora.
La novela cuenta la historia de Ania, una mujer chilena de treinta y tantos, que recibe un encargo de su septuagenario padre: viajar desde Santiago a Campana, Argentina, para estar presente en las últimas horas de vida de su primo, Agustín, tío de ella. Ania es profesora de colegio, pero se ha quedado cesante; gana un poco de dinero regando jardines y paseando perros. Tiene una relación anodina con Javier, un hombre mayor que ella. Padece de insomnio y una de sus aficiones es pensar en nuevas palabras. Su vida parece un tedio permanente, una sensación de no encajar entre los suyos y no sentirse realizada.
El viaje al pueblo donde agoniza Agustín, el último sobreviviente de su familia descendiente de inmigrantes, hace que Ania vuelva a recorrer su propia memoria. De niña, cruzaba la cordillera en auto hasta Campana para visitar a sus abuelos, italianos venidos de Piamonte a principios del siglo XX. En esos veranos, jugaba con su prima Claudia y compartía con Nélida, su tía abuela que vivía en la casa aledaña, una mujer marcada por el trauma de la Segunda Guerra Mundial, añorante siempre de su tierra de origen. Con ella vivía su hijo Agustín, un joven veinteañero taciturno, estudiante de dactilografía, que se pasaba encerrado tecleando o fumando un cigarrillo con su amigo Gariglio, quien le prestaba novelas de terror. Agustín estaba secretamente obsesionado con Ania, y le hubiese gustado seguirla en su regreso a Chile, pero nunca se atrevió a dejar Campana.
Tras la muerte de Agustín, Ania pasa unos días en la ruinosa casa pareada de su familia, que será próximamente vendida. Pensando en escapar de su vida en Santiago, Ania empieza a ser invadida por los recuerdos que tuvo en la casa. En un rincón, se encuentra una caja con objetos personales de Nélida y Agustín: fotografías, cartas desde Italia, cuadernos de apuntes, enciclopedias, pasaportes, manuales de comportamiento para inmigrantes, así como una máquina de escribir. En sus paseos por Campana, que parece detenida en el tiempo, Ania reconstruye las claves de su propia identidad. Todo se interrumpe cuando le llega la noticia de que su padre sufrió un accidente mortal, entonces Ania debe volver a Chile y dejar Campana en el pasado, esta vez para siempre.
Es posible afirmar que El sistema del tacto se trata de una novela realista, describe un mundo semejante al de la realidad cotidiana y, más allá de ciertos pasajes oníricos, o que citan fragmentos de novelas de terror, no posee elementos fantásticos. La historia se centra en escenas de la vida íntima, familiar: “Dos viviendas unidas por un patio interior con un parrón de uvas negras (…) Ania almorzaba en una casa y pasaba la tarde en la otra.” (Costamagna, 45).
El tiempo del relato es también histórico, y está situado en dos épocas diferentes. La de Ania adulta, a principios del siglo XXI, y la de su infancia junto a Agustín, que transcurre en los convulsionados años setenta: “Chile y Argentina estaban a punto de irse a la guerra, los argentinos ganaban el Mundial de Fútbol, los viejos festejaban, en Campana había centros clandestinos de detención y dicen también que una «cárcel del pueblo» donde la guerrilla hacía su propia justicia.” (Costamagna, 45).
Esta referencia a la persecución política tiene importancia cuando se cruza con el destino de los personajes: el padre de Ania sufrió una golpiza por ser un simpatizante de izquierda, razón por la cual huyó de Argentina a Chile; mientras que Ania fue golpeada cuando niña por ser chilena, es decir, del país enemigo. Aquí se detecta una crítica de la autora a las dictaduras que pudo conocer a ambos lados de la cordillera. Fue un período marcado por el silencio y la sumisión: “Una casa de seguridad, una de esas prisiones de los zurdos que dicen que hay a la vuelta de la esquina. Agustín escucha rumores, pero no los alimenta.” (Costamagna, 14).
La dictadura nunca se trata directamente, sino a través de alusiones que resultan especialmente intrigantes cuando vienen de la boca de Agustín, porque él no parece cuestionar la situación de su país; quizás por falta de información, o porque no es capaz de entenderla, a ratos pareciera que Agustín apoya la dictadura. Con él se pierde cualquier posibilidad de cambio o ruptura con el régimen establecido; en Agustín no hay utopía, pero sí un deseo de escapar de su casa, una suerte de refugio y prisión a la que sigue atado por sus temores inculcados.
La narración de la novela está llevada a cabo por un narrador omnisciente, con acceso en todo momento a los pensamientos y emociones de los personajes: “Mi segunda muerte, piensa Ania mientras camina hacia la iglesia. Agustín es la segunda persona que ve sin vida en su vida.” (Costamagna, 68). De esta manera, el paso entre las historias de Ania y Agustín está mediado por una sola voz que pone en relación ambas partes del relato.
Ania, la protagonista de todo el relato podría corresponder con una antiheroína de la posmodernidad. A ella se le encomienda una misión en Campana que termina pronto, y entonces queda a la deriva, sin nada que hacer más que preguntarse cosas a sí misma: “Ania Coletti está en Campana. Ania Coletti ha reemplazado a su padre y ha enterrado al último integrante de la familia. Ania Coletti ha cumplido el mandato tal como estaba previsto y ahora tiene la sensación de haber huido de algo que no sabe nombrar.” (Costamagna, 100).
El reencuentro con Agustín moribundo abre un motivo para que Ania piense en el transcurrir de su propia vida, como si él fuera su reflejo. Al mismo tiempo aparece el recuerdo de Nélida muerta, y Ania se obsesiona pensando en ella, quizás para encontrar las respuestas que necesita: “Nélida hablaba de una guerra al otro lado del charco, al otro lado de la memoria. De eso hablan también las primas ahora. De lo que significa vivir separados por una montaña, por un océano. De los padres que se extinguen.” (Costamagna, 45). Es un gesto posmoderno el buscar respuestas en el colectivo, en este caso, la familia inmigrante: “La diferencia es que el sujeto de hoy no usa el grupo para sentirse como la masa y para que le reoriente su vida (…) el sujeto es que el que realiza la instrumentalización del grupo que ha elegido con el fin de poder buscar mejor su propia identidad.” (Daros, 293).
Otra característica posmoderna en Ania es la ansiedad, entendida como un deseo intenso de superar un estado para alcanzar otro. Dicho de otra manera, “el momento presente se desea despachar pronto para posesionarse del siguiente (…) sin que haya verdadero gozo” (Roa, 73). Esto guarda relación con los momentos en Ania desea no perder la conexión con el “mundo real” de Santiago, que es diferente al “mundo de la memoria” de Campana. Impaciente, Ania espera a que su padre y Javier le respondan los mails que les acaba de enviar: “Se queda un rato conectada, a ver si tiene respuesta de alguno de los dos. Abre un página de noticias internacionales…” (Costamagna, 143).
Habíamos dicho anteriormente que esta novela se centra en Ania como protagonista, pero a medida que va tomando forma la historia de su familia italiana, ella pasa a ser portavoz de todo un colectivo: los inmigrantes de Italia, y luego de Argentina, cuyo rasgo principal es el desarraigo y la añoranza: “Rápidamente debían aprender a ser otros. Trabajar en lo que fuera, enviar dinero a la parentela, armarse una vida nueva: en eso consistían sus días. Y después ya estaban, ya no podían regresar.” (Costamagna, 89).
La genealogía de Ania está directamente inspirada en la de la autora, como afirma al final del libro y en diversas entrevistas. Este cruce entre realidad y ficción, entre biografía y literatura, es un rasgo predominante de la literatura en este período, y para el cual la autora emplea un modo especial de abordarlo.
El sistema del tacto es una novela que, como bien se dijo antes, corresponde a un registro realista del mundo que presenta. Sin embargo, da lugar a una cierta experimentación que la vuelve original, y a la vez la hace entrar en relación con algunas obras igualmente recursivas.
La autora nos propone un sistema dialógico, fundamentalmente basado en las narraciones que protagonizan Ania y Agustín, respectivamente. Si bien ella es la protagonista indiscutible, cuando la empatía está puesta en Agustín, Ania es solo una niña que vemos desde afuera, sin adentrarnos en su psicología. De esta manera, la voz de Agustín es igualmente compleja como la de la protagonista, y su discurso trae información complementaria para el lector, pero desconocida para los demás personajes: “A la chilenita, en cambio, todavía puede salvarla. O ella puede salvarlo a él (…) Ella también es hija, ella sabe. Que no se acabe el verano, por favor, que no se lleven a la niña.” (Costamagna, 36).
Como se ha dicho, cada personaje protagoniza una línea temporal diferente, las cuales comienzan y se desarrollan en orden cronológico, pero estructuradas de forma intercalada. Así, las perspectivas del relato se multiplican para no dejar una sola verdad, ampliando entonces la interpretación que se tiene de Campana, de la familia y de la situación política.
Esta polifonía de voces se ve luego potenciada por la inclusión de materiales diversos, a veces no literarios, al cuerpo del texto escrito. En un inicial afán periodístico, la autora partió recopilando información de su propia familia para elaborar un libro de no ficción, pero con el correr del tiempo fue derivando en la obra que conocemos. Autores como Jameson, afirman que en la postmodernidad suele ocurrir la desaparición de la obra de arte; esta pasa a ser volátil, como si dejara de existir en sus medios originales: “…claramente todavía existen artistas; ¿pero qué es lo que hacen hoy en día? Otras opciones reveladoras vienen a la mente, la sustitución de la pintura por la fotografía, por ejemplo (del mismo modo que en la literatura se da una sustitución de la ficción por la no-ficción…).” (Jameson, 67).
Los materiales encontrados, sin embargo, fueron incorporados al texto como una manera de abrir las fronteras del género, como una metarreflexión sobre la literatura. Mientras tanto, a la par de este proceso de distanciamiento, el lector puede experimentar de manera opuesta una inmersión, como si él tuviera los ojos de Ania abriendo la caja con los recuerdos de Nélida y Agustín. Algunos de estos “artefactos” son los siguientes:
“MANUAL DEL INMIGRANTE ITALIANO (1913)
Del «paese» al puerto de embarque:
En las horas previas al embarque no le aconsejo quedarse encerrado y asustado en el hotel…” (Costamagna, 29).
“EJERCICIO N° 31
bravo bravo Bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravvo bravo bravo bravo bravo bbravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo bravo btravo bravo bravo …” (Costamagna, 37).
“GRAN ENCICLOPEDIA DEL MUNDO (1981), TOMO 24, PÁGINAS 230-231:
Chile. Evolución política. En 1978, en el terreno de la política internacional, se iniciaron negociaciones con Argentina por el viejo problema del canal de Beagle…” (Costamagna, 97).
El resultado de esta propuesta es que se rompe con la linealidad del relato, pero sobre todo con su unidad: pasa a ser una obra fragmentaria, cuyas partes pueden tener una lectura independiente del conjunto. El centro, Ania, se desestabiliza y pasa a ser Agustín, o incluso Nélida, cuando aparecen sus fotos de viaje y las cartas que pasaban por sus manos. Costamagna genera entonces una intimidad compartida, no de un solo individuo, y pone al lector en el mismo terreno íntimo al permitirle el acceso a tales fragmentos.
El sistema del tacto aborda temas propios de su generación marcados por la experiencia de su autora: la realidad cotidiana, la historia latinoamericana, la inmigración, la memoria, los cuestionamientos existenciales, entre otros. Siendo quizás lo más destacable la manera en que la historia se cuenta, invitando a más de un análisis y a pensar en nuevas posibilidades narrativas.
Esta obra de Costamagna, que bien podría llamarse El sistema del gusto, como el sentido que utilizamos para saborear un alimento, es del tipo de libro que no se lee, sino que se degusta. A ratos inclasificable, no es por ello confuso o incomprensible. Más bien, su liviandad aparece como fortaleza para adentrarnos en el universo que nos propone.
Por Tomás Benavente
Bibliografía
Costamagna, A. (2018). El sistema del tacto. Anagrama: Barcelona.
Daros, W. R. (2015). Tres enfoques sobre el pasaje de la modernidad a la posmodernidad. UCEL: Rosario.
Jameson, F. (2012). El postmodernismo revisado. Abada Editores: Madrid.
Roa, A. (1995). Modernidad y Posmodernidad. Editorial Andrés Bello: Santiago.