Si transitas comúnmente por el centro de la ciudad (e incluso algunos suburbios y barrios típicos), es probable que al menos en una ocasión hayas constatado la presencia de una cámara de video -y un equipo de producción- alterando el curso normal de los y las transeúntes. Incluso si es que este no fuera el caso (y la verdad es que se vuelve cada vez menos probable), el sólo hecho de que tu lectura hasta el momento haya provocado algún tipo de incomodidad frente a la idea de una situación como la descrita ya te une a nuestro grupo. Establecida esta mínima confianza, una primera confesión debiera ir ligada a mi participación como transeúnte y portador de una cámara en diversos contextos. Esta dualidad me ha permitido pensar en algunas inquietudes que han influenciado mi propio ejercicio al momento de comenzar a filmar o fotografiar.

Cuando pienso en aquel preciso instante en que mis ojos se concentran en el visor o la pequeña pantalla, recuerdo mi necesidad por permanecer en el contexto del cual pareciera aislarme al momento de establecer un artefacto como mediador de mi presencia -y percepción- en el espacio. Se trata en este caso, de un ejercicio individual, ya que no recurro a un equipo de producción que me acompañe en estas instancias (particularmente fílmicas). De todas formas, esta sensación me permite maximizar aquella experiencia al incluir el caso hipotético de un grupo de personas que interviene y condiciona lo filmado por su mera presencia tras la cámara o alrededor de ella, distinguiéndose de los y las demás transeúntes debido a la complicidad establecida, representada en una concentración conjunta que despierta la curiosidad del entorno, el cual pareciera no estar al tanto de este acuerdo.

En mi opinión, filmar en las condiciones descritas en el párrafo anterior interviene un espacio, alterando su condición previa y sus posibilidades. Con esta afirmación no me refiero a una pérdida de autenticidad, ya que lo acontecido no deja de ser verdadero y mediado hasta cierto punto (incluso si se trata de ficciones y actuaciones). Sin embargo, las condiciones han cambiado, y con ellas también las alternativas y los resultados. Las reacciones son otras, el silencio es distinto, el ambiente se vuelve más denso. Filmar deja de ser entonces un acto discreto, ya que involucra una serie de variables que condicionan lo filmado.

Debido a que estos no son hechos con los que pueda vincularme de forma directa ya que mi práctica discrepa con los elementos que en gran medida la componen, considero pertinente describir una alternativa, ligada estrechamente a mi práctica fotográfica (la que más conozco, y que, producto de aquello, influencia de manera directa mis otros intentos). Filmar puede ser un acto discreto, a diferencia de lo descrito hasta el momento. Uno de los principales factores para volverlo posible es el formato del aparato fílmico utilizado y el número de personas involucradas en el momento de la filmación. Con la primera mención me refiero a la opción de portar una cámara que no destaque ni mucho menos intimide. Más bien, una cámara que acompañe, más allá de la búsqueda por una definición arrolladoramente nítida, complementada por la iluminación artificial y la extensa post-producción del material. Una cámara que cumpla su función: filmar. Por otra parte, la mención al número de personas involucradas alude a una disminución en la intervención del espacio y su ambiente, manteniendo aquella delgada incertidumbre entre el valor de la conexión establecida en un registro documental y la intención subjetiva de documentar mediante un punto de vista en particular.

Filmar debiera ser un acto discreto, al menos para quienes buscamos participar de momentos que de otra forma se verían irremediablemente alterados. Desde esta certeza en adelante, una serie de diferencias son aplicadas en contraste al ejercicio hollywoodense, la industria cinematográfica y sus reapropiaciones en los diversos contextos. En este caso, notoriamente disidente a la práctica dominante, filmar debe dejar de tener la pretensión de una súper producción y aún así proponerse dar forma a un contenido simbólico y documental más allá del dinero y la difusión a gran escala como garantes de la “calidad” de lo (de)mostrado.

Filmar debiera ser un acto discreto, asumido por muchas más personas de las que actualmente lo ejercen, más allá de la contemporánea noción de “caza noticias” mediante la cual se ha inoculado un valioso potencial, estandarizando el ejercicio de grabar en límites de duración y enjuiciamientos ciudadanos que perpetúan el sistema espectacular actual presente en los noticiarios y las redes sociales.

En un período que cuenta con una constante gestación de nuevos archivos fotográficos y sobre todo audiovisuales, debiéramos preguntarnos por el rol que cumple lo que ya ha sido filmado/fotografiado, y que por lo tanto perdura, construyendo relatos del acontecer e instaurando verdades absolutas. Con este horizonte, me parece que el ejercicio fílmico puede y debe ser un acto discreto, cargado de subjetividad y la plena consciencia de su pertinencia a un contexto y la historia.

Creo no equivocarme al sentir que no soy la única persona pensando de esta forma.

Entonces: filmemos.

 

Escrito por José Miguel Frías R.