Ya parece una costumbre poder ver las películas de Hong Sang-Soo en el Festival Internacional de Cine de Valdivia, que en su 24ª versión exhibió los tres largometrajes realizados por el coreano en 2017, y en la reciente versión la pareja de películas creadas el 2018: Hotel by the River y Grass, como parte de la programación de Gala del festival.
Hong es un director muchas veces criticado por emplear procesos formales, técnicos y narrativos que se repiten en su filmografía, la que sin embargo ha sufrido distinguibles mutaciones en los últimos dos años, aspecto directamente influenciado por su bullada separación y posterior emparejamiento con la actriz que ha protagonizado sus últimas cinco películas, Kim Min-hee. Es claro que la tristeza y melancolía engendradas en este proceso personal se ven reflejadas en el ánimo de sus últimos largometrajes, pero sobre todo en los dos de este año que fueron nombrados anteriormente, donde la mayoría de los personajes parece tratar con temáticas como la depresión, el suicidio y la nostalgia, además de estar al borde del llanto constantemente. Si bien esta mutación señalada es eminentemente narrativa, también existen algunos cambios en la manera de filmar.
En The Day After, estrenada este año en Chile, Hong, especialmente en algunas escenas de conversaciones en restaurantes o cafés, realiza la misma secuencia de encuadres, planos, y movimientos de cámara para captar lo que está en juego en la conversación de dos personas. El procedimiento es simple, parecido a la manera en que un desconocido se acerca a una conversación ajena, primero el foco está en el contexto, el plano es general, la cámara fija encuadrando a ambos aún sin distinción. Después de esa intromisión, la intimidad incrementa, el uso del zoom deja el encuadre en un plano medio, ya no nos importa el contexto, nadie está alrededor, el énfasis se pone en las palabras, en la manera en que ambos las esgrimen. Finalmente, a través del zoom y de movimientos sutiles Hong realiza primeros planos a ambos personajes, ya sea estén hablando o escuchando, yendo de un lado a otro para remarcar las emociones y reacciones de sus personajes a las palabras dichas por el otro. Siguiendo con la analogía del testigo que se encuentra con esta conversación en una situación cotidiana, el traspaso de lo contextual a lo íntimo a través de un pausado procedimiento permite al espectador comprender distintos niveles de la interacción entre ambos personajes.
El mismo procedimiento formal antes descrito, utilizado en The Day After, es también empleado en Grass pero con una gran distinción. El propósito en la primera película es tener al espectador como testigo privilegiado, en la segunda a esta intención se le suma un elemento narrativo fundamental, pues el papel de Kim Min-hee es el de una aspirante a escritora sentada por horas en un café que escucha conversaciones ajenas y luego escribe sobre ellas. En este sentido, la escritora también hace el recorrido desde lo contextual a lo íntimo, pero con la clara intención de luego fabular acerca del mundo interior de los personajes a partir de la escritura, procedimiento esclarecido en la película a partir de una voz en off. La secuencia ya patentada de Hong es robustecida a partir de un testigo no solo extrafílmico sino presente en el mismo lugar como un personaje, y que a diferencia de un testigo mundano tiene un propósito claro para justificar su intromisión, es el sustento de su arte.
La escritora, realizando una especie de pesca milagrosa, buceando en las conversaciones ajenas como quien busca plata en pantalones sucios, logra permear las conversaciones ajenas y a partir de ellas elaborar relaciones nuevas entre personajes, imaginar su pasado y el contenido de su silencio, otorgando una sutil continuidad a la narración que de a poco se construye con fluidez entre las metáforas amorosas y el dolor solapado.
La operación del testigo queda truncada pasada la mitad de la película, pues Hong saca a la escritora del café donde ha estado todo el día y la enfrenta a sus propios problemas, y luego la hace volver allí, a su zona de confort, donde intentará comenzar a escribir otra vez. Todo culmina con las conversaciones existenciales entre artistas (actores, escritores, cineastas) bebedores de soju, quienes constantemente hacen referencia al dueño del café con adjetivos como permisivo y bondadoso, pero este nunca aparece en cámara. Vale la pena preguntarnos, ¿el dueño es Hong?, pareciera que es él: al que le gusta poner música clásica en su café y que el sonido tenga ribetes de radio antigua, que permite que sus actores tomen soju toda la noche a pesar de estar en un café y los deja gritar, callar y llorar. Hong no permite que sus personajes se ahoguen, repriman, o sublimen sus penas con humor, el dueño quiere que sus clientes se sientan cómodos y vuelvan al café otro día a pesar de todas las lágrimas y gotas de alcohol derramadas. Es el nuevo estilo del coreano, que abraza la melancolía y quién sabe cuándo la suelte.
Por Miguel Gutiérrez