Cuando trabajaba en el cine hubo un domingo en el que arrendaron la sala para un evento, era una conferencia sobre las incipientes barberías que hoy se pueden encontrar en la mayoría de los barrios de moda de Santiago. El evento duraba todo el día y no se exhibirían películas. Un tipo, guiado por la curiosidad sempiterna de saber qué hay tras el telón, comenzó a caminar entre numerosos cables y materiales desechados que yacen en el lado oscuro de la pantalla, y tropezó, causando un estruendo que no pasó desapercibido para las personas aledañas. El tema no pasó a mayores, el tipo no tuvo ninguna herida, nada se rompió, habían muchos cables en el piso y ese nunca ha sido un lugar bien iluminado.
Era el día lunes, 14:30 de la tarde, el proyeccionista sube a la caseta a preparar la primera función, sube los interruptores de los equipos, prende las luces de la sala, acondiciona la ampolleta del proyector, revisa la programación, es el estreno de Silencio, la nueva película de Martin Scorsese Narra la historia de dos jóvenes sacerdotes jesuitas que van en busca de su mentor, extraviado en el Japón del siglo XVII, posible víctima de la Rebelión Shimabara. El proyeccionista llamó a la administración preguntando por qué una película de estreno y renombre tendría el peor horario posible, lunes a las 15:00. Le respondieron que era una película demasiado larga.
Llegaron 13 personas al estreno, algunas en pareja, otros escapándose del tedio de comenzar la semana, se sentaron todos en distintos lugares, lejos los unos de los otros. Sonó la campanilla que anuncia el comienzo de la función, se cerraron las puertas de la sala, no quedó ninguna luz. En la pantalla se iluminaban paisajes de un pasado y lugar remoto, Liam Neeson sufría la tortura en manos de los japoneses, le tiraban agua hirviendo en el rostro, se retorcía de dolor, su boca se abría para gritar, pero de ella no salía sonido alguno. Solo se escuchaba el rumor del agua de una cascada. Las parejas se comenzaron a mirar entre sí, los que habían ido solos no expresaban gestos, después de 161 minutos salieron las trece personas de la sala oscura. Algunos comentaron en los pasillos del baño los hermosos paisajes que acababan de presenciar, otro sostenía que la película se basaba en la potencia de la fe, una mujer consideraba horrible la mezquindad de los japoneses hacia el catolicismo. Se fueron de a poco, nadie parecía descontento, era una película larga y contemplativa, nada de malo había en eso.
La función siguiente era a las 18:00, la programación pegada en el vidrio dictaba que venía 45 Años, la nueva película de Andrew Haigh en la que actúa la siempre memorable Charlotte Rampling. Fueron muchas más personas, eran alrededor de 40, a los cinco minutos de empezada la función llegaron 10 personas al hall, reclamando que no se escuchaba nada. El administrador entró a la sala, solo pequeños sonidos de ambiente se podían escuchar mientras los actores dialogaban. Intentó de todo para arreglar el audio pero nada funcionó, finalmente entregó invitaciones a los asistentes para resarcir el desperfecto.
Cuando el proyeccionista, guiado por la urgencia de resolver el problema, fue a chequear los parlantes detrás del escenario, entendió lo que había pasado. La caja de sonido principal estaba desnuda sin su cable alimentador, era todo culpa del tipo curioso que había caído el día anterior. Resolvieron el problema y esperaron tomando un café la próxima función, mientras se reían de la coincidencia que había ocurrido. Trece personas vieron Silencio en silencio, y no se dieron cuenta, lo más probable es que nunca lo sepan, por algo se debe llamar así la película ¿no?.
Por Miguel Gutiérrez.