No hace mucho conversaba con una amiga sobre los parecidos que encontramos al observar personas a la distancia. Me refiero a esos segundos en los que creemos encontrarnos con alguien, que sí es alguien, pero no es aquel -o aquella- alguien que creíamos que era. ¿Me siguen? Creo que sería difícil encontrar un alguien a quien no le haya sucedido esto en alguna ocasión. A veces son las caras, los cabellos, los pantalones, los vestidos, las risas, los movimientos, incluso las ganas de un encuentro inesperado. Las emociones posteriores al descubrimiento de la equivocación pueden ser variadas, incluso inclasificables. Baste decir que, para este alguien que escribe, un suceso como este guarda grandes similitudes con la oportunidad de presenciar un acto de magia. ¿Acaso debemos aceptar entonces esos momentos desde el goce por la sorpresa? ¿O es recomendable encaminarnos también de forma paciente a la revelación del truco?
Un día cualquiera, un niño cualquiera entabló una fuerte amistad con una niña a la que confundió con otra niña. La niña a su vez, al voltearse, confundió al niño con otro niño al que esperaba. Lo curioso es que más allá de los cuentos y la simpleza de las palabras expuestas estas cosas suceden. Lo curioso es que somos como los cuentos, así como el que les estoy contando. ¿Y entonces? ¿Dónde está el truco?
Al igual que en los actos de magia que podríamos llamar comunes (nótese la mención a lo habitual), el truco está en nosotros y nosotras, y no hay más vuelta que darle al asunto. A veces el truco está en la contemplación, y en otras ocasiones nuestro rol se ve relevado para experimentar la ejecución, aunque en esos segundos no seamos capaces de percatarnos del rol que estamos jugando. La magia sucede aunque no la veamos, aunque no sepamos que la estamos llevando a cabo. A los magos y a las magas les dicen de esa forma porque se les reconoce por aquella capacidad. A su vez, ellos y ellas son conscientes de esta capacidad, y para nuestra fortuna, no tienen complicación alguna en deleitarnos con lo que disfrutan y saben hacer (lo comparten).
Si lo vemos de esta forma, cabe la posibilidad al menos de que la sorpresa y las inclasificables reacciones que tenemos al confundir a un alguien con alguien, sean las únicas pruebas que necesitamos para comprender que todos y todas somos magos y magas en algún momento de nuestras vidas.
Vivimos generando constantemente emociones a nuestro alrededor. Notamos, aunque sea de manera fugaz, la posibilidad de estas conexiones. Respiramos, aunque no siempre estamos lo suficientemente atentos a nuestra respiración. Amamos, aunque no siempre estamos lo suficientemente arraigados a nuestro amor. Pareciera que sólo nuestra consciencia en estos caminos nos permitirá ser pacientes y constantes, ejercitándonos y practicando el equilibrio que comienza en nuestro interior a cada instante. Esta es la magia de alguien que puede ser cualquiera. Estos son quizás, el truco y el goce por la sorpresa, sentados uno frente al otro a cada instante.
Apunte y fotografía por José Miguel Frías R.