Me olvidé el cuaderno, me pregunto cuánto tiempo va a pasar hasta que un mozo me diga que deje de usar las servilletas para hacer esto. Quizás no pasa, y a nadie le molesta, solo soy yo y mi proyección ansiosa. Es agotador que la cabeza me funcione de esta manera, pero qué sé yo cómo funcionan otras cabezas. La cabeza de alguien suicida estará peor que la mía, la cadena de razonamiento totalmente deshecha, o años de que te ignoren completamente, o una noche muy mala, son todas suposiciones, no sé. Si yo me pegase una suicidada, ¿le dejaría una carta a alguien? No lo creo. Me iría de viaje, me metería empastillada en el mar, y que parezca un accidente, que me metí al mar a nadar y me ahogué. Así la familia sufre menos. O quizás mentir, y dejar una carta que diga que me diagnosticaron una enfermedad incurable. ¿Qué es peor, mentir o suicidarse? Creo que a nadie le importa mentir cuando está por suicidarse. Además, después de muerta, nadie va a ir a chequear si eso era verdad o mentira. Creo que es la mejor opción, no lo voy a hacer, pero es la mejor opción. Es menos traumático que un accidente de mentira. En realidad no sé qué es más traumático tampoco, creo que depende mucho de las personas.
Qué loco no tener conciencia de la muerte, vivir desconectados de esa idea, conectados a un montón de cosas, menos a esa, a la única certeza conocida: nos vamos a morir, y todas las personas que conocemos se van a morir también. Vivimos con este mandato de construirnos un futuro: terminar la escuela, estudiar, tener una pareja, tener una casa, ser exitosos. Poseer, procrear, poseer, construir, poseer. Como si nos estuviese garantizado llegar hasta cierto punto en la vida. Yo hace tiempo que ya no vivo así, desde la pandemia. Y no es que me haya pasado de rosca de hippismo o nihilismo o hedonismo ni nada de eso, yo diría que es más bien un sano equilibrio, una apertura a las infinitas posibilidades y a atravesar lo que venga de un modo coherente con lo que deseo. Pienso casi todos los días en la muerte.
Históricamente, infinidad de corrientes y autores se dedicaron a escribir, pensar, desarmar, re-escribir, y pensar otra vez sobre el sentido de la vida y la muerte. Pero eso ahora parece que ya no nos quita tanto el sueño, porque nos quita más el sueño el teléfono en la mano, enchufado al lado de la cama, que te acalambra la mano que usas para sostenerlo, y también te acalambra la otra que usas para deslizar videos en una aplicación diseñada para que pases la mayor cantidad de tiempo posible ahí adentro sin pensar en nada.
Yo, como decía, hace tiempo que ya no sigo ese mandato de construirme un futuro. Carpe diem, quam minimum credula postero: aprovecha el día, confiando lo menos posible en el futuro. Me adapto a lo que sucede, un día a la vez, como un alcohólico. No tengo certezas, no sé lo que va a pasar mañana, ¿para qué pensar en eso? Prefiero disfrutar el momento y ya. Vivo bien, tengo una relativamente buena salud, una familia que está bien, un trabajo que está bien, unos amigos que están bien. Ya está. Sin embargo, hice algunos compromisos conmigo misma. Son compromisos que me ayudan a sobrevivir al devenir de los acontecimientos de forma coherente con mis anhelos, mis deseos, mis sueños. No sé nada sobre el futuro, pero he ordenado mi reacción ante lo incierto.
- Ya no tendré más hijos, mi límite era llegar a los 35.
- No me casaré por amor, o no solo por amor. Me casaré si administrativa o económicamente me conviene de alguna forma clara y precisa.
- Ser propietaria de unas tierras, una casa, un departamento, un vehículo, etc. no será nunca un objetivo o prioridad. Si sucede que suceda, y sino, a otra cosa, no me interesa.
- No soy buena para hacer muchas cosas a la vez aunque en mi cerebro tenga siempre 50 pestañas abiertas en simultáneo, por eso las metas o los objetivos, en orden, de a uno, y a corto plazo.
- No quiero vivir tanto, no quiero llegar a ser lo suficientemente vieja como para perder la dignidad.
- Pese a que no quiero llegar a ser una vieja indigna, sí considero que envejecer es algo bastante espectacular. No me preocupa tener canas, que se me caigan las carnes, que me digan señora o doña ya no me resulta ofensivo, voy ganando, a medida que pasa el tiempo, impunidad y experiencia.
- Si en algún momento algo compromete mi dignidad, es decir, si en algún momento antes de llegar a la vejez por alguna circunstancia necesito cuidados permanentes, quedo postrada, o incapacitada para tener una vida digna, me voy a suicidar. No hay otra alternativa posible, me da igual lo que piensen los demás, incluso mi familia.
- El amor siempre va a ser algo que me entusiasme. No voy a negarme nunca a la posibilidad de volver a enamorarme, aunque esté en pareja o sea vieja o lo que sea, el amor y el enamoramiento son mi mayor pasión, nunca escribo más que cuando estoy enamorada, y nunca disfruto tanto la vida como cuando amo profundamente a alguien.
- El trabajo es solamente una fuente de dinero, mi anhelo real es un día no trabajar más y solo dedicarme a escribir y tener un trabajo más manual, o que mi trabajo sea escribir pese a que ya es un trabajo, es decir, vivir de mi trabajo de escribir.
- Eventualmente, me mudaré a un lugar tropical, o viviré trasladándome desde el hemisferio sur al hemisferio norte y sucesivamente, para ya no tener que soportar el invierno.
Bueno, estos 10 compromisos conmigo misma puede que parezcan como muchas cosas, o pocas, o sencillas, o demasiado pretenciosas, no sé, ni idea, pero son 100% reales, están muy pensados, reflexionados y racionalizados, y son cosas que, pase lo que pase, siempre serán una guía para mi vida o para mi forma de vivir. No van a romperse o alterarse por eventos aislados, por la coyuntura, o por acontecimientos disruptivos.
Hace poco hablé del primero de ellos, que es uno que asumí hace más de 10 años, con una compañera de trabajo, que me decía algo como bueno, pero vos no podés ser tan determinante porque no sabés qué te va a pasar en el futuro. Y claro, tiene razón, es lo que vengo diciendo, pero una cosa es no saber qué me va a pasar, y otra muy diferente es no saber cómo voy a reaccionar frente a eso.
Yo podré sorprenderme, por ejemplo, con un amor que quiera tener hijos, pero sé que mi reacción frente a ese deseo ajeno no va a ser complacerlo, digo, puede que esté profundamente enamorada, pero también estoy profundamente comprometida conmigo misma. Lo mismo si quedo embarazada por accidente. Primero, eso no va a pasarme otra vez, y segundo, que si me llega a pasar, me haré un aborto, que me parece menos traumático que tener un hijo después de los 35. Es decir, en mi caso, yo ya tengo un hijo que tiene 15 años y es una persona maravillosa, y tuve la suerte de experimentar con él la maternidad. Ya, suficiente. Ni loca vuelvo a embarazarme, sería realmente traumático para mi cuerpo y no es solamente una forma de decir.
Pasa mucho esto con las decisiones sobre la maternidad, que alguien te diga bueno pero ¿y si te enamoras de alguien que sí quiere?, como si fuese sano cambiar de opinión sobre la maternidad por el deseo de otrx. Si te enamorás de alguien que quiere ser padre o madre, y vos habías decidido que no ibas a tener hijos, por supuesto que podés cambiar de opinión. Pero honestamente, a mí me parece mucho más cuestionable este cambio de opinión que viene de estar en una relación con alguien que tiene el deseo de tener hijos, que la decisión de no tenerlos (o, en mi caso, de no tener más).
Si hay dos personas enamoradas en un vínculo, una de ellas quiere tener hijos y la otra no, ¿no es más sano que la pareja se separe? ¿O que ceda la persona que sí quiere tener hijos? ¿Por qué lo esperable es que el amor cambie el deseo de la persona que no quiere tener hijos? ¿Es suficiente el amor para generar ese deseo en otrx?
Lo que yo pienso en base a mí propia experiencia y a todo lo que he leído, es que esa suposición es solamente una construcción social. Aislando la situación del contexto (no tiene mucho sentido decir esto, pero para que se entienda mi punto) si dos personas enamoradas desean una vida a futuro que es diferente, no sé si alcanza con el amor para poder unificar ese futuro, porque uno desea un futuro con hijos y el otro sin. Está socialmente aceptado que quien ceda sea la persona que no desea en favor de que aquel que sí desea no vea coartada su posibilidad de cumplir con el deseo. Como si el no-deseo no fuese un deseo en sí mismo, no tener hijos es tener muchas otras cosas. Entonces, ¿por qué lo natural es aceptar que la persona que no desea ser madre o padre ceda ante el deseo de la persona amada? No me parece ni mal ni bien, solo me parece que hay un montón de cosas para pensar sobre esto.
Sobre la dignidad también deberíamos hacernos preguntas y cuestionarnos. ¿Cómo podemos aceptar que la vida, como un valor en sí misma, como un corazón latiendo en el pecho, y solamente un corazón latiendo en el pecho, sea más importante que la dignidad? Una persona puede mantener a otra con vida, postrada, inconsciente, en una cama de hospital, sólo por amor y por la remota posibilidad de que un día despierte ¿Qué es esa vida? Por eso yo me comprometí mutuamente con una persona a quién amo, y en quién confío casi ciegamente, a que, si esto nos pasa a alguno de los dos, nos apaguemos. Si nos pasa a la vez, cagamos, pero espero que no sea el caso. La muerte propia y de las personas que amamos es -por suerte- inevitable, y a la vez es un tabú. ¿Cómo va a ser un tabú la única certeza sobre nuestra existencia?
En la religión, la muerte es una constante. La ciencia sin embargo, no sé si por oposición a la religión o qué, pone todos sus esfuerzos en alargar la vida, como si el cuerpo de los humanos estuviese preparado para vivir más de, no sé, 80 años. ¿Es digno llegar a más de 80 años y ser una carga para la familia y para la sociedad? Cuando empezaron a vacunar a la población de riesgo contra el COVID-19, yo no entendía por qué de pronto el capitalismo se había vuelto tan moralista. ¿Cómo puede ser, le decía a mi padre, que a los primeros que vacunen sea a los que menos producen? ¿No es una paradoja del capitalismo? Y mi padre me dijo que si bien son los que menos producen, el sistema necesita que las personas quieran vivir mucho, que quieran llegar a viejas, que trabajen y produzcan para eventualmente jubilarse y poder dejar de trabajar. Y que quienes más consumen son justamente los que más producen, pero en favor de esa población de riesgo: los niños, los viejos y los enfermos.
El capitalismo necesita que las personas deseen vivir mucho tiempo, el máximo posible, o sea necesita que existan los viejos para que los que no somos viejos deseemos llegar a viejos, así producimos más y consumimos más. Pero a la vez, los desprecia profundamente. Y aceptamos que eso es así porque la vida es lo más importante, no importa cómo sea esa vida, no importa si es digna o es indigna. Lo importante es mantenerse con vida todo lo que se pueda.
El concepto del geriátrico me parece tremendo. Y no hablo de esos geriátricos para millonarios que son espectaculares. Digo esos geriátricos del PAMI con viejos abandonados por sus familias porque ya no reconocen a nadie. Es cruel y triste, terminar tus días así, haber tenido una juventud y una adultez, haber sobrevivido, no sé, 80 años o más, y que tu final sea hecho mierda en un geriátrico y que tus hijos digan era lo mejor, ya no daba para más cuando te mueras. Culturalmente, el capitalismo penetró tanto que nos hizo creer que eso es lo mejor, que tiene sentido esa naturalización de cómo es la vejez, porque el geriátrico también es consumo.
Yo no sé cómo hay que vivir, no sé si lo que hago y digo tiene sentido, no sé si estoy equivocada. No sé si viviría mejor si estuviera menos preocupada por cuestionar todo esto, no sé si es sano que aparezca en cada conversación seria con otras personas, no sé si es algo que nos interesa explorar solo a algunos, o si es algo más bien generacional, o si yo soy una pesada. Por eso hice mis compromisos, porque ante la duda, necesito una guía. Y como yo tengo muchas dudas, y además soy muy ansiosa, prefiero una guía hecha por mí misma, y no una guía de una secta disfrazada de otra cosa, de esas que hay por todos lados y de todos los colores.
Las decisiones sobre la vida y la muerte están completamente atravesadas por el capitalismo, como todo. El problema, creo yo, es estar tan alienados que creemos que eso no es así, que creemos que las decisiones que tomamos sobre la vida y la muerte están atravesadas primeramente por el amor. No es el amor, o sí es el amor, pero es una concepción del amor que, vaya sorpresa, también está atravesada por el capitalismo.
Vuelvo, no sé si está bien o mal, es lo que es, lo que está mal es no tener conciencia sobre esto, no cuestionarlo, y comernos el verso. Sobre todo cuando el verso es sobre las únicas certezas que conocemos: para morir hay que vivir, y para vivir hay que nacer.
Por Rosina Lozeco
Fotografía de Robert Frank