A la gente le encanta hablar sobre la muerte de lo que sea: del libro, de la historia, de la Naturaleza, de Dios o de la auténtica gastronomía cajún. O al menos a las personas de mentalidad escatológica les encanta. Después de escribir eso me sentí satisfecha de mí misma, pero intranquila. Fui y busqué la palabra “escatológico”. Sabía que no significaba lo mismo que coprológico, aunque suenan sumamente parecidas, pero pensaba que solo tenía que ver con la muerte; no me había dado cuenta de que tiene que ver no con una, sino con las Cuatro Cosas Finales: la Muerte, el Juicio, el Cielo y el Infierno. Si incluyera a la coprología sería prácticamente el paquete completo*. Como sea, el juicio de los escatológicos es que el libro va a morir y se va a ir al cielo o al infierno, dejándonos a merced de Hollywood y de las pantallas de nuestros computadores.

Ciertamente hay algo enfermo en la industria del libro, pero parece estar estrechamente vinculado con la enfermedad que afecta a toda industria que, bajo la presión de la propiedad corporativa, deja caer la calidad del producto y la planificación a largo plazo en favor de las ventas altas y predecibles y el lucro a corto plazo. En cuanto a los libros mismos, los cambios en la tecnología son cataclísmicos. Pero me parece que, antes que morir, “el libro” está creciendo, adoptando una segunda forma y figura: el e-book o libro electrónico.

Este ha sido un cambio amplio y no planificado, tan confuso, incómodo y destructivo como la mayoría de los cambios no planificados. Efectivamente ha puesto una enorme presión en todos los canales familiares de la publicación y la adquisición de libros, desde las editoriales, distribuidoras, librerías y bibliotecas hasta los lectores temerosos de que el último bestseller, o quizás toda la literatura, de repente les pasará por el lado si no se apresuran y lo compran como un libro electrónico y adquieren un aparato electrónico en el cual leerlo.

Pero eso es todo, ¿no? ¿No es acaso eso de lo que se tratan los libros: la lectura?

Querido lector: ¿Cómo te va? Estoy bastante obsoleto, pero de ningún modo muerto. No por el momento.

Querido lector: ¿Estás leyendo en este momento? Yo sí, porque estoy escribiendo esto y es muy difícil escribir sin leer, como lo sabrás si alguna vez intentaste hacerlo en la oscuridad.

Querido lector: ¿Qué estás leyendo? Estoy escribiendo y leyendo en mi computador, como imagino que tú también lo haces. (Al menos, espero que estés leyendo lo que estoy escribiendo y que no estés escribiendo “¡Qué tontera!” en el margen. Aunque siempre he querido escribir “¡Qué tontera!” en algún margen desde que lo leí hace años en el margen de un libro de la biblioteca. Era una descripción tan buena del libro).

No cabe duda de que leer es una de las cosas que las personas hacen en sus computadores. En los diversos aparatos electrónicos que se pueden usar “para” hacer llamadas telefónicas, tomar fotografías, reproducir música y jugar juegos, etc., las personas pueden pasar un buen rato mandando mensajes a sus Amorcitos, o buscando recetas del auténtico gumbo cajún, o revisando el reporte del mercado de valores, todo lo cual implica lectura. Las personas usan los computadores para jugar videojuegos o visitar galerías de imágenes o ver películas y para hacer cómputos y hacer hojas de cálculo y gráficos circulares, y unos pocos afortunados hacen dibujos o componen música, pero en su gran mayoría –¿me equivoco?– ¿no es un montón de lo que la gente hace con los computadores o bien procesamiento de textos (escritura) o bien procesamiento de palabras (lectura)?

¿Cuánto de lo que es posible hacer en el mundo virtual se puede hacer sin leer? El uso de cualquier computador más allá del nivel de entretenimiento para infantes depende al menos de ciertas capacidades de lectoescritura por parte del usuario. Las operaciones pueden aprenderse mecánicamente, pero aún así los principales elementos de un teclado son las letras; los íconos tienen posibilidades limitadas. Puede que los mensajes de texto hayan reemplazado todas las otras formas de verbalidad para algunas personas, pero ellos constituyen tan solo una forma primitiva de escritura; no es posible hacerlo si tpco distingues L de uwu, xd.

Tengo la impresión de que, en realidad, las personas están leyendo y escribiendo más de lo que nunca lo habían hecho. Quienes solían trabajar y conversar juntos ahora trabajan cada uno en la soledad de un cubículo, escribiendo y leyendo todo el día en una pantalla. Actualmente, la comunicación que solía ser oral, cara a cara o por teléfono a menudo es escrita, enviada a través de correos electrónicos y leída. Nada de eso tiene mucho que ver con la lectura de libros, es cierto, pero es difícil para mí ver cómo la muerte del libro ha de resultar de la abrumadora prevalencia de una tecnología que hace que la lectura sea una habilidad más valiosa de lo que nunca ha sido.

Ah, dicen los escatológicos, pero eso es competencia por parte del asombroso e inagotable todo-lo-demás-que-puedes-hacer-en-tu-iPad: ¡la competencia está matando el libro!

Puede ser. O quizás tan solo hace a los lectores más selectivos. Un reciente artículo del New York Times (“Finding Your Book Interrupted… By the Tablet You Read It On”, de Julie Bosman y Matt Richtel, 4 de marzo de 2012) citaba a una mujer de Los Ángeles: “Con tantas distracciones, realmente ha subido el nivel de mi gusto por los libros. […] Últimamente me atraen los libros que me hacen olvidar que tengo un mundo de entretención al alcance de mi mano. Si el libro no es lo suficientemente bueno para hacer eso, supongo que podría ocupar mejor mi tiempo”. Su frase termina de manera extraña, pero supongo que significa que prefiere leer un libro entretenido a activar el mundo de entretención con su mano. ¿Por qué no considera a los libros como parte de este mundo de entretenimiento? Quizás porque el libro, incluso cuando es activado por su mano, la entretiene sin el movimiento, el parpadeo, las sacudidas, los saltos, los brillos, los gritos, los golpeteos, los rugidos, los aullidos, la sangre salpicada y las estridencias que hemos sido llevados a identificar como entretenimiento. Como sea, su punto es claro: si un libro no es tan entretenido en cierto nivel –no necesariamente el mismo nivel– como los saltos, las sacudidas, la sangre, etc., ¿por qué leerlo entonces? O activar el etc. o encontrar un mejor libro. En sus palabras: subir el nivel.

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Cuando se discute la muerte del libro puede que sea una buena idea preguntarse qué es “el libro”. ¿Estamos hablando de que las personas han dejado de leer libros o del soporte en el que los leen, el papel o la pantalla? Leer en una pantalla es ciertamente distinto a leer una página impresa, pero creo que aún no entendemos cuáles son las diferencias. Puede que sean considerables, pero dudo de que sean tan grandes como para que se justifique dar a los dos tipos de lectura nombres distintos o para decir que un libro electrónico de ningún modo es un libro.

Si “el libro” significa solo el libro como objeto físico, entonces puede que su muerte sea motivo de regocijo para algunos devotos de internet: ¡Hurra! ¡Nos hemos librado de otra desagradable y pesada Cosa material con derechos de autor impresos en ella! Pero por lo general la muerte del libro es una ocasión para los lamentos y la tristeza. Las personas para las cuales la fisicalidad del libro impreso en papel es importante, a veces más importante que los contenidos –quienes valoran los libros por su cubierta, papel y tipografía, los compran en bonitas ediciones, los coleccionan– y los muchos que simplemente se deleitan al sostener y manipular el libro que están leyendo, naturalmente se sienten consternados por la idea de que el libro en papel será totalmente reemplazado por el texto inmaterial en una máquina.

Solo puedo sugerir: en vez de atormentarse, ¡organizarse! Sin importar cuánto las corporaciones fanfarroneen, nos hostiguen y nos inunden con publicidad, el consumidor siempre tiene la opción de la resistencia. Ninguna nueva tecnología nos pasa una aplanadora por encima si no nos ponemos frente a la aplanadora en primer lugar.

La aplanadora ciertamente está en movimiento. Algunos tipos de libros impresos como los manuales y las publicaciones autogestionadas están siendo reemplazados por libros electrónicos. La edición de bajo costo del libro electrónico amenaza el mercado masivo del libro impreso. Buenas noticias para quienes disfrutan leer de una pantalla; malas noticias para quienes no lo hacen o para quienes prefieren comprar en AbeBooks y Alibris o abalanzarse sobre maltrechos libros de misterio a 75 centavos en las raras librerías de segunda mano que aún sobreviven. Pero si los amantes del libro material se toman en serio el valor de la buena encuadernación, el buen papel y el buen diseño como elementos esenciales para su placer lector, ellos y ellas proveerán una demanda visible y constante para ediciones de tapa dura y de bolsillo bien hechas, que la industria del libro, si tiene la sensibilidad de mercado de un chanchito de tierra, suplirá. La pregunta es si la industria del libro efectivamente tiene la sensibilidad de un chanchito de tierra. Parte de su comportamiento últimamente hace que lo dudemos. Pero tengamos esperanza. Y siempre está la “edición independiente”, las editoriales pequeñas y sin relación con corporaciones, muchas de las cuales son tan elegantes y sagaces como se puede ser.

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Otros clamores por la muerte del libro tienen más que ver con la competencia directa que se ofrece en la web. “El mundo del entretenimiento al alcance de la mano” hace que la lectura se vuelva obsoleta. Aquí “el libro” usualmente se refiere a la literatura. En este momento, los manuales autogestionados, los libros de cocina y las guías de esto o aquello son los tipos de libros más a menudo reemplazados por la información en una pantalla. La Encyclopedia Britannica acaba de morir, una víctima, por decirlo así, de Google. Ahora bien, no creo que entierre nuestra undécima edición aún. La información en ella, un producto de su tiempo (cien años atrás), puede ser valiosamente distinta a la suministrada por el motor de búsqueda, que también es un producto de su propio tiempo. Las enciclopedias anuales de películas/directores/actores y actrices fueron asesinadas hace unos pocos años por los sitios de información en la red; sitios muy buenos, pero no tan entretenidos para perderse en ellos como lo eran los libros. Conservamos una guía de películas de 2003 porque, siendo nosotros ancianos, la usamos más eficientemente que cualquier sitio web, y todavía es útil y entretenida, aún estando muerta. Eso es más de lo que puedes decir del cadáver de casi cualquier cosa salvo de un libro.

No estoy segura de por qué alguien, sin importar cuánto le guste pensar que el cielo se está cayendo, podría creer que la Ilíada o Jane Eyre o el Bhagavad-gītā está muerto o a punto de morir. Es cierto que las grandes obras de la literatura tienen mucha más competencia que la que solían tener: las personas pueden ver la película y pensar que saben de qué se trata el libro; los libros pueden ser desplazados por el mundo del entretenimiento al alcance de nuestras manos, pero nada puede reemplazarlos. Mientras se siga enseñando a leer a las personas (lo cual puede o no suceder en nuestras desfinanciadas escuelas), especialmente si se les enseña lo que hay para leer y cómo leerlo de manera inteligente (extensiones de las habilidades básicas a menudo omitidas actualmente en nuestras desfinanciadas escuelas), algunas de ellas preferirán la lectura a todas las excitaciones al alcance de nuestras manos. Leerán libros, en papel o en una pantalla, como literatura, por el placer y el aumento de la existencia que la literatura ofrece. Y tratarán de asegurarse de que los libros sigan existiendo, porque la continuidad es un aspecto esencial de la literatura y el conocimiento. Los libros habitan el tiempo de una manera diferente que la mayor parte del arte y el entretenimiento. En longevidad, quizás solo la arquitectura y la escultura en piedra superan al libro.

Y aquí la cuestión de lo electrónico versus el papel tiene que reingresar en la discusión. Buena parte de la transmisión de la cultura humana aún descansa en la permanencia relativa de lo escrito. Esto ha sido así por más de cuatro mil años. Puede que el mayor y más urgente valor de un libro sea simplemente su sólida, estólida y física existencia.

Hablaré ahora no tanto sobre “el libro” en Estados Unidos en 2012 sino sobre cómo son las cosas alrededor del mundo en los muchos lugares donde puede que la electricidad sea intermitente o no existente o esté disponible solo para los ricos; y sobre cómo las cosas podrían ser en cincuenta o cien años si seguimos degradando y destruyendo nuestro hábitat al ritmo actual.

La facilidad para reproducir un libro electrónico y para enviarlo a cualquier lugar ciertamente puede asegurar su permanencia, siempre y cuando la máquina para leerlo pueda fabricarse y encenderse. Es bueno recordar, sin embargo, que la energía eléctrica no ha de darse por descontada de la misma manera que la luz solar.

La facilidad y la reproductibilidad infinita también implican cierto riesgo. El texto del libro en papel no puede ser alterado sin alterar de manera separada e individual cada copia en existencia, y la alteración deja huellas inequívocas. Con textos electrónicos que han sido alterados, de manera deliberada o por corrupción (los textos pirateados a menudo están increíblemente corrompidos), puede resultar imposible establecer un texto original, auténtico y correcto si no existe una copia en papel. Y mientras más pirateos, errores, abreviaciones, omisiones, adiciones y mezclas sean toleradas, menos personas entenderán lo que es la integridad textual.

Las personas para las cuales los textos importan, como para quienes leen poesía o monografías científicas, saben que la integridad de un texto puede ser fundamental. Nuestros ancestros iletrados lo sabían. Di las palabras del poema exactamente como las aprendiste o perderán su poder. El niño de tres años al que leen un cuento lo exige: ¡Papi! ¡Lo leíste mal! La ardilla dice: “Yo no hice eso”, no “No hice eso”.

El libro físico puede durar siglos. Incluso a una barata edición de bolsillo en pulpa de celulosa le toma décadas degradarse hasta el punto de la ilegibilidad. En este estadio de la publicación de libros digitales, los continuos cambios tecnológicos, las actualizaciones, la obsolescencia programada y las absorciones corporativas han dejado tras de sí restos de textos ilegibles sin que haya máquina alguna disponible en la cual leerlos. Además, los textos digitales tienen que ser periódicamente recopiados para evitar que se degraden. Las personas que los archivan son reticentes a decir con cuánta frecuencia es necesario hacer esto, porque la variación es muchísima; pero como bien lo sabe cualquier persona que conserva archivos en un correo electrónico con algunos años de antigüedad, el avance de la entropía puede ser rápido. Una bibliotecaria universitaria me contó que, tal como están las cosas, la expectativa es recopiar cada texto electrónico que la biblioteca posee cada ocho o diez años, de manera indefinida.

¡Imaginen si tuviéramos que hacer eso con los libros impresos!

Si en esta etapa del desarrollo tecnológico decidiéramos reemplazar el contenido completo de nuestras bibliotecas con archivos electrónicos, el peor de los escenarios sería que los textos informativos y literarios fuesen alterados sin nuestro consentimiento o conocimiento, reproducidos o destruidos sin nuestro permiso, vueltos ilegibles por la tecnología que los imprimió, y condenados en unos pocos años o décadas, a menos que fueran recopiados y redistribuidos, a volverse inevitablemente una cifra ilegible o simplemente a desaparecer. Pero eso asumiendo que la tecnología no mejorará y se estabilizará. Esperemos que lo haga. Incluso así, ¿por qué debiésemos elegir entre una opción o la otra? Ese modo disyuntivo casi nunca es necesario y a menudo es destructivo. Puede que los computadores sean binarios, pero nosotros no lo somos.

Tal vez el libro electrónico y la electricidad necesaria para su funcionamiento se volverán disponibles para todos en todo lugar por siempre. Eso sería increíble. Pero tal como son las cosas o como es probable que sean, tener libros disponibles en dos formas distintas solo puede ser algo bueno, ahora y a la larga. La redundancia es la clave para la longevidad de las especies. Pese a todas las tentaciones al alcance de nuestras manos, me parece que seguirá existiendo, como ha existido por mucho tiempo, una obstinada y persistente minoría de personas que, habiendo aprendido a leer libros, seguirá leyéndolos, como sea y donde sea que puedan encontrarlos, en páginas o pantallas. Y dado que las personas que leen libros por lo general quieren compartirlos, y sienten aunque sea de manera poco clara que hacerlo es importante, se ocuparán de que, como sea y donde sea, los libros estén allí para las siguientes generaciones.

Me refiero a las generaciones humanas, no a las generaciones tecnológicas. En este momento, la generación tecnológica se ha acortado aproximadamente a la esperanza de vida de un jerbo, y podría incluso rivalizar con la de la mosca de la fruta. La esperanza de vida de un libro se parece más a la del caballo o la del ser humano, a veces a la del roble, incluso a la de la secuoya, razón por la cual parece una buena idea, antes que hacer duelo por su muerte, alegrarnos de que los libros ahora tienen no una sino dos maneras de mantenerse con vida, pasar de mano en mano, perdurar.

Por Ursula K. Le Guin
Traducción de Rodrigo Zamorano
Fotografía de Martin Munkacsi

[Este texto comenzó como un post de blog en 2012, fue revisado en 2014 para su publicación en Technology: A Reader for Writers (ed. J. Rodgers, Oxford University Press, 2014) y vuelto a revisar ligeramente para este libro].

En: Words Are My Matter. Writings on Life and Books 2000-2016, Easthampton, Small Beer Press, 2016. 

* N. de T.: la autora juega en este párrafo con el parecido morfológico y la proximidad semántica entre las palabras “eschatology” y “scatology”. En inglés, el sustantivo “escathology” y el adjetivo “escathological” refieren a la rama de la teología dedicada al estudio del fin del mundo, mientras que “scatology” y “scatological” remiten al estudio científico de los excrementos. Las palabras castellanas “escatología” y “escatológico” colapsan ambos sentidos; para evitar la reiteración usamos los sinónimos “coprología” y “coprológico”.