He tenido el honor como pocas veces de ver germinar una idea, una preocupación que fue creciendo hasta culminar en un libro, este libro, Contra el cliché: genio y técnica en la poesía, síntesis de un profuso caudal de pensamiento, lecturas, discusión, contradicciones y titubeos contenidos en páginas de prosa compacta: un destilado paciente y minucioso por Julieta Marchant, que fue separando los sedimentos y organismos acuáticos, en el proceso complejo de cristalinizar el agua para avizorar más allá de la superficie del río. Puedo verla, no está en la orilla. De pie, con medio cuerpo sumergido y el pelo escurriendo, se pone feliz ante el menor hallazgo y lo grita a quienes la esperamos con los pantalones arremangados, el agua a los tobillos, sombrero y bloqueador solar. La corriente la hace tambalear. Cae por momentos. Pero no claudica. Como si rendirse no estuviera dentro de sus posibilidades, y menos ahora, que parece haber encontrado algo en el fondo. Así permanece inclinada hasta que su anhelo de búsqueda quede al menos parcialmente satisfecho o hasta que oscurezca y no le quede más remedio que retirarse de mala gana y regresar a la mañana siguiente. Así la conocí y así seguirá siendo hasta su último día. Pero mientras tanto, sé que no abandonará el río.

De la iridiscencia de lo inefable a la opacidad de lo concreto

Aunque se trate de muerte, Contra el cliché no es una elegía. No vamos a encontrar un lamento por lo que se derrumba sino una voz que se alza entre muchas para señalar lo que debe morir. Y digo morir no solo porque después de leerla se ha vuelto mi deseo liberarme también de la constricción del cliché, sino porque estoy convencida de que este libro representa una marca o hito en el proceso de desestabilizar una concepción que de estar tan incrustada en el discurso del arte y sus procedimientos pasa comúnmente inadvertida.

Una prueba de lo que digo: hace tiempo le comento a Julieta que escribir es una manera de mantenerse a la espera. Esperar que se abra la escritura y conectar con una especie de gran corriente universal que devenga en la expansión de los límites de nuestro registro habitual. A veces, le cuento, al volver a un escrito que durante un tiempo se dejó, se encuentran ciertos destellos en la sintaxis o algunas imágenes o ideas que no podemos explicar de dónde sacamos o qué se puso en juego de nosotros para haberlas vislumbrado. La escritura se abre. Qué ocurrencia. No tarda en llegar su audio en respuesta. Sin rodeos, Julieta me dice que probablemente detrás de esa convicción opera el paradigma religioso bajo la representación de dios o de una divinidad equiparable con la musa del genio. Recuerdo la incomodidad que siento al escuchar su audio (nuestro canal por excelencia). Dejo a un lado el teléfono para seguir escribiendo mis cosas. Pero ya no puedo continuar. ¿Cómo seguir? La idea a la que he adscrito, de un plumazo me resulta por lo bajo sospechosa y por lo obvio ingenua. Nunca le dije (hasta ahora) la conmoción que causaron sus palabras. Lo cierto es que esa concepción invisibiliza ineludiblemente el trabajo que implica escribir: trabajo de lectura, de subrayados, de reflexiones, de ensayos de voz, en fin. «Cuando echamos mano al cliché tomamos el camino fácil contra la posibilidad de crear algo nuevo», dice Julieta Marchant a propósito de Anne Carson sobre Friedrich Hölderlin en su último tiempo, loco y encerrado en la torre.

La precisión desestabiliza la necesidad de hallar consuelo en una voluntad que nos trasciende, con poder de revelarse ante nosotros o abandonarnos al silencio de las palabras. Diría que ese es el efecto primario que este libro tiene, desaloja la fe. O acaso sea la desterritorialización ineludible para reterritorializarla en otro sitio, ¿pero en dónde?

El locus del oficio

El libro interroga las nociones de talento innato e inspiración, la reticencia a usar la palabra «técnica» y la idea de que concebir la poesía técnicamente va en desmedro de la honestidad e incluso de la potencia intensiva del arte. Aquí sería pertinente que les hablara sobre la experiencia de Julieta como precursora de procesos creativos, me refiero a sus talleres de poesía, porque son precisamente en estas instancias, espacios horizontales en los que se promueve la escritura, donde se enfrenta a «ese campo de dicotomías, de fuerzas que se buscan y se repelen». «Técnica versus inspiración, trabajo versus talentos, artesano versus genio, artificio versus honestidad: los talleres de poesía, al igual que los poemas y los poetas hablando de poemas, lastran sus propios clichés». Es la ceguera del diálogo, la obturación del pensamiento, la negación de la dimensión política y reflexiva que el problema del genio remite. «Estoy discutiendo con los vestigios de lo indecible del siglo XVII», dice Julieta. Y tiene razón, el pasado persiste como todo lo que no se cuestiona. Tengo que seguir, piensa. Y eso hace, a través de una escritura despojada de avideces, consciente de sus propias reticencias y con el firme propósito de anunciar lo que avizora:

La verdad del genio e, incluso, la verdad, es algo que no ansío desanudar.

Me equivoco en las palabras, sin duda.

Parto de una opinión, decía, que es la siguiente: el genio no existe.

No vacila. Y si lo hace, continúa de todas maneras. Se frustra. Siente rabia. Utiliza su rabia para investir un golpe que son sus palabras contra la tradición. Y más precisamente contra la injusticia, contra la desigualdad establecida entre un selecto grupo de privilegiados y la masa de infortunados pujando por entrar a cualquier precio. ¿De dónde sacar la potencia si no es de su fastidio? ¿No es la rabia la que nos impulsa a la determinación de abogar por lo que nos parece justo? Esa es la dignidad que Julieta le recuerda al arte. Una suerte de democratización, de condena a su condición selectiva que por cierto incomoda a la élite que la ostenta. Cito una parte que a mi juicio refleja el tono general del ensayo, un tono irónico, pero a la vez honesto, un tono que es por sobre todo convicción:

¿Tiene o no tiene dedos para el piano? No saben cómo me fastidia esa pregunta. La molestia no se vincula a estar defendiendo una comarca propia (que es lo que pensamos todos los poetas sobre los demás poetas), sino que posee un horizonte político y también un deseo en el pensamiento.

La repartición de dones ya se hizo, llegas tarde. O llegas a la hora. ¿Para qué perder el tiempo en cambiar el designio? Para qué seguir esforzándose, para qué insistir en algo que no tiene vuelta: eso incomprensible e inexplicable que tiene una obra bella, y que es escasamente reconocible, salvo por sus efectos sobre el receptor.

Esta arbitrariedad es la que el libro advierte. Una voluntad caprichosa cuyos antecedentes se remontan al viejo Sócrates empecinado en investir a la poesía de una función oracular en lugar de técnica: «Los poetas obedecen a un dictado, no siguen una técnica». No deja de haber bastante ironía en semejante instrumentalización del poeta inspirado, dice Silvio Mattoni en Tekhné (texto con el que además este libro dialoga), puesto que no se entiende bien por qué dios necesitaría poemas. La palabra «don» desmedra el oficio, invisibiliza el proceso de trabajo del artista con su instrumento durante el curso de su obra. ¿Debería entonces extrañarnos que Julieta se haya ocupado del tema? Quienes la conozcan sabrán que no. Una mujer que además de escribir poesía, además de sentarse a trabajar con el lenguaje, palabra por palabra, y que dedica sus horas a preparar talleres no puede no resonar a la menor señal que menosprecie la labor del artesano. Al menos no Julieta. Como participante de sus talleres sé de la solvencia con la que se sostiene ante las dificultades discursivas, sus devoluciones cargadas de precisiones, profusa de lecturas, señalan un derrotero que restituye el deseo por continuar con tu proyecto literario pese a las fallas, la torpeza y la frustración que a veces el acto de escribir conlleva.

En una época en que se ha excitado la conciencia colectiva de que todo es política, en que algunos países de Latinoamérica se levantan para socavar el modelo desigual que nos esclaviza, en tiempos de la inmediatez, de la infatuación del yo catártico, el libro labra un camino de retorno en el arte y en la poesía que deshace el descreimiento por la factura a mano, lenta y en apariencia insignificante, cuando se pregunta por el proceso perdido. Julieta es una voz indócil, fastidiada hasta el hartazgo, que busca desestabilizar la tradición y nos empuja a mirar el fondo del río, a inclinarnos hacia la corriente que impide percibir algo con nitidez, a dedicar nuestro tiempo a mirar el agua, una piedra, ver pasar una rama de árbol o una trucha negra. La razón es simple: por más que hagamos el esfuerzo enorme de permanecer sin perder el equilibrio «se trata de una labor que, de hecho, se toma su tiempo y que requiere de un espesor temporal para macerar».

Cuán necesaria es esta lectura, pienso mientras escribo esta noche, a dos semanas de la presentación. Acabo de preguntarle: ¿para quién son las presentaciones de libros, para los invitados que asisten el día del evento, más o menos a ciegas del texto (o incluso del autor), o para el escritor que es esa persona querida que te confió el espacio? Hablamos de la presentación que ella misma prepara para su mentor, el escritor chileno Sergio Rojas, de sus dudas respecto de cómo trazar un terreno que aloje ambos campos (él, filósofo; ella, poeta), hablamos de la enorme responsabilidad que implica pararse ante un público y ser capaz de hilar un cuerpo de sentido que resuene en un otro, ¿en quién? Ella dice que en quien escribe el libro que se presenta, yo digo que en ustedes. Pasa un rato. Le preguntamos a Sergio Rojas. Más bien, Julieta le escribe. ¿Qué dijo? Cito textual: «La cuestión esencial no es para quién escribo la presentación, sino desde dónde escribo». No conozco a Sergio Rojas, pero ya me cae bien. Pienso entonces desde dónde hago yo esta presentación. Y la respuesta, aunque insoportablemente obvia y ridículamente cursi, me saca una sonrisa: desde la amistad. Le digo: ¿te diste cuenta de que subimos el flyer a Instagram hoy, 20 de julio, el día del amigo? Se ríe: es que en Chile ese día no es ahora, sino en octubre. Le digo: pero como el lanzamiento es acá, este es el día del amigue que cuenta.

 

Texto y foto por María Mazzocchi

 

Sobre:

Contra el cliché
genio y técnica en la poesía
Julieta Marchant
2022
Mundana Ediciones