Creo que todas lo hemos sentido, el eso que se escabulle dentro la piel, que te arranca el calor y te deja en el olvido:

El miedo.

El mundo grande y el cuerpo pequeño.

 

No seas niña en la playa,

no seas niña del mar.

 

A las niñas nos arrulla el buen tiempo, nos tapan los oídos con el murmullo del nuevo día, se nos cuida entre susurros, casi en pleno silencio. Este es mi intento de intervenir el pasado, de detener el miedo que nos toca cuando el cuerpo ni la mente están listos para sentirse perdida, pero que, aun así, lo estamos.

Pareciera que ya no existen en mi memoria, pero yo sé que una vez fuí, que una vez temí, que he sentido mi piel virgen como las suyas, que he sido ustedes con otros ojos. Pero ahora no encuentro rastro de todo aquello, y yo sé que la corriente quiere que me vaya, que las deje en el pasado.

 

En mi mente solo quedan las gigantes olas, el murmullo

del viento, el sentir de la piel china ante un tacto desconocido.

El recuerdo desquiciado, un tanto manipulado,

un mucho, un todo, un no mío.

 

 

 

 

———

Niñas, niñas, espero que escuchen esta plegaria.

Espero que escuchen mis gritos.

No se vayan.

———–

 

 

 

 

 

Toda niña es así:

creen no poder ser restringidas, buscan sumergir los pies en la arena

mojada, recorren las playas buscando conchitas, hasta que la marea

sube y las devora, cubriendo sus cuerpos por completo en arena blanca y sal.

Desaparecen.

 

Niñas, hoy el mar está plano, pero hay marea roja, no la sigan.

Cuando era niña, yo me fui,

algo brillaba a lo lejos, pensé que era joya,

pero fue reflejo.

 

Sabía que no debía salir sola,

sabía que la casa me quiere,

que la casa me cuida,

pero la fuerza del mundo de afuera es más grande que el cuerpo

pequeño que habitamos en la infancia. Es una fuerza que al crecer ya no se

presenta, es un ser que a los diez años deja de susurrar al oído, pero nunca

se pierde, nunca se olvida.

 

He caminado los mismos pasos,

que ahora caminas tú.

he seguido la misma sombra,

un eso, un algo, un ser que ahora tú sigues.

Niña, no les escuches, no lo escuches, no la llames.

Niña, no seas, no vayas, que no te jale y no regreses.

 

No dejes que la brisa

te arranque del suelo,

no dejes a la arena

ocultarse en tus dedos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

——

Pero mi voz no cruza el tiempo.

Aunque quiera no llego a ti, no llego a ellas, a ninguna.

——

 

 

 

 

Aún te puedo ver, cada vez tu forma se hace más chiquita y más abstracta, se va curvando el margen de tu figura mientras más te acercas al sol, ahí donde se forma el horizonte. Pero aún

te puedo ver.

 

Ya no te llamo, cada vez te pierdo más de vista y te pierdo más del
alma. Y el tiempo pasa, pasa y tú aún no regresas.
El horizonte solo muestra la blancura de la arena y ya he olvidado tu nombre.

 

No,

no seas,

no te vayas,

no te conviertas.

No dejes ninguna puerta abierta.

 

Son las cuatro de la tarde.
Niña de mar, ¿a dónde vas?
Vuelve a la terraza de donde has salido.
No seas niña que se va de la casa siguiendo las olas, que se pierde entre la arena cuando la
turbonada de la tarde resuena. No seas niña que siente el aire pegarle contra las piernas cortas,
gordas, que no aguantan más que la brisa suave y el buen tiempo.

No lo permitas, cierra la puerta.

 

 

niña, niña, no te conviertas en papagayo,

no te dejes quemar por los rayos.

Niña, niña, el mal tiempo te lleva en sus brazos.

 

Por María Gabriela Martínez Enseñat

Fotografía de portada: René Groebli, For The Eye of Love, 1953