Quiero comenzar citando un párrafo del libro y con un descargo de responsabilidad. Vamos primero por la cita:

El tenis es a veces ingrato, indiferente frente al mérito, incompatible con el empate. Es un deporte esencialmente desbalanceado; es necesario, como dijo un periodista por ahí, que haya un vencedor y un vencido, caramba. No existen más opciones porque el objetivo, tal vez el único, consiste en sumar más puntos que el rival, y para hacerlo no es necesario respetar las leyes mundiales ni morales ni cotidianas para los humanos: basta con respetar las reglas del tenis.

Y vamos ahora por el descargo de responsabilidad: debo confesar que tengo algo que se llama “sesgo de confirmación”, y que en otros contextos, por otras personas, y seguramente por error, puede ser llamado algunas veces como prejuicio. Yo tengo este sesgo, que en resumidas cuentas, consiste en pensar que todo lo que leo y me gusta tiene algo que ver con el capitalismo. Si no es una crítica, es una reflexión sobre su forma o su manera de operar o sobre cómo se establecen las relaciones en su interior. He leído por ahí que existen estrategias para hacerse cargo de esta condición. Del sesgo de confirmación, no del capitalismo. No sé cómo a estas alturas nos podríamos hacer cargo del capitalismo. Bueno, para hacernos cargo del sesgo de confirmación y, en el fondo, de cualquier sesgo, una debe tomar conciencia de su existencia y apagarlo cuando no corresponde su uso. Muy fácil.

Dicho lo anterior, debo informarles que yo he decidido no apagar el mío, principalmente porque creo que funciona realmente bien, casi que diría que nunca me ha fallado y no voy a dejar de lado este sesgo tan útil solo porque en algunos contexto alguien podría llegar a confundirlo con otra cosa. 

Entonces, volvamos ahora a hablar del libro. Cuando leo El tenista veo una manera fresca y crítica a la vez de hablar de ese momento en que como sociedad abrazamos al capitalismo así como una persona recién divorciada se aferra a su rutina de ejercicios o al estudio de la mixología. Nicolás González logra abordar en El tenista esa efervescencia exitista que vivimos en la década de 1990 cuando todavía estábamos en formación, poniendo énfasis en el ámbito privado de lo que enfrenta la generación conocida como millennials, a la cual afortunadamente no pertenezco. Insisto, no formo parte de ese llanterío, yo soy xennial, una microcohorte demográfica destinada a salvar el mundo en contra de su voluntad, pero esa es otra conversación.

Nicolás González nos somete a una especie de match emocional para hablar de esta promesa de un éxito, de un futuro mejor, de ser campeones y que sin embargo, y habiendo pasado ya un tiempo bastante razonable, no se cumple. En la novela tenemos a Adrián, el protagonista, quien formaba parte de un semillero tenístico que pertenece a este programa, «Campeones para Chile», y que sin embargo termina llevando su carrera por otro lado, el periodismo. Una carrera que tampoco lo motiva y tampoco le gusta. Carga con una especie de cansancio, un cansancio que leía, el otro día, es muy característico de los millennials, la generación más cansada de la historia de la humanidad.

Entonces, dado este sesgo que llevo con orgullo, veo en la obra de Nicolás, El tenista, un relato que es bien desgarrador pero desde lo privado, con este sistema capitalista chileno también en su adolescencia, que pareciera estar allá afuera, súper afuera, pegándose el estirón, con extremidades torpes, tropezando con todo en su camino hacia el futuro esplendor y, al mismo tiempo, a pesar de que a veces es descrito como una especie de destino histórico ineludible más allá de cada ser humano y sus problemitas cotidianos, de todos modos termina modificando las reglas en las relaciones interpersonales, cuando los protagonistas de nuestro libro son casi unos niños, también se están pegando el estirón, y entrenan como los jaguares que se supone que son para ser los Campeones para Chile, Porque «nada es imposible, ninguna hueá».

Pero recordemos: “El tenis es a veces ingrato, indiferente frente al mérito, incompatible con el empate”. Voy a evitar todo tipo de spoiler, pero créanme cuando les digo que en este libro vemos como ese capitalismo de la promesa individual, de la esperanza privada, es el que resulta más frustrante a nivel de las vidas personales, porque eso de ser campeón, como lo dice el libro —siempre uno gana y otro pierde—, en el tenis no existe el empate y eso para mí habla de manera muy precisa de la ideología subyacente en la que crece mi generación.

Otro punto que destaco en esta novela: un contrapunto entre el tenis y el ejercicio de la escritura. Los deportes donde una está sola, sola consigo misma en su cabeza, tienen un efecto muy fuerte en la impronta en el yo. Y es lo mismo que una detecta en la escritura de Nicolás González en El tenista. Estar sola —estar solo, en el caso del protagonista— ahí con una misma, exige una concentración muy grande, enfrentándote no solamente al otro y a las expectativas, sino a ti misma, principalmente. 

Ahora, cómo logra, cómo construye Nicolás este relato. Y aquí voy a hablar de otro deporte, del fútbol. Tengo un recuerdo muy presente de Fernando Solabarrieta diciendo “el fútbol no es un juego de velocidad, es un juego de ve-lo-ci-da-des”. Agradeceré enormemente si al final alguien me dice en qué partido obtuvimos esta joya filosófica. Lo digo en serio. Hay una gema preciosa aquí. Si yo cambio un poquito lo que dice y lo dejo en “la narrativa no es un juego de velocidad, es un juego de velocidades”, no creo estar equivocándome mucho. Hay un juego de ritmos dentro de cada capítulo y entre los capítulos. Un vértigo inicial, una calma posterior. Como si estuviéramos en un partido, nos cansara y después nos derrotara. Creo que eso es del box, pero no le queda tan mal al tenis ni tampoco a la literatura.

Punto. Set y partido.

Por Mónica Drouilly Hurtado

Sobre:

El tenista
Nicolás González
Provincianos
2025

*Texto leído en Casa O en marzo de 2025, durante la presentación de El tenista de Nicolás González.

 

Fotografía de Miguel Ángel Gutiérrez.