Un Buen síntoma
(11 de abril de 1919 – Revista La Nota)
Es igualmente agradable un rasgo de alta cultura, principalmente en una mujer.
Armonía perfecta la de una sociedad que pueda ofrecer, sobre todas las cosas, el presente de su espiritualidad al extranjero.
No siempre se cumple esto en pueblos jóvenes como el nuestro, donde todavía están sin solución, graves problemas de orden económico, lo que retarda una seria cultura artística.
Me han informado que la llegada de Amado Nervo a las playas montevideanas, dio lugar a una nota de finura espiritual, preciosa en nuestra vida un poco primitiva.
Sabía yo que Amado Nervo era conocido aquí, y mucho, por nuestras mujeres que leen.
Sé de algunas que, en virtud de la profunda distinción de sus poesías amatorias, lo prefieren a todo otro.
Pero no solo conocen En voz baja, con aquel su finísimo verso que termina:
No le habléis de amor.
Han leído Serenidad, Plenitud, Elevación.
Creo, pues, lo que me han referido y es que, estando el poeta en Montevideo, continuamente lo rodeaba un grupo de señoras, casi todas argentinas, quienes abandonaban todo otro círculo para agasajarlo recitándole sus más selectas poesías y pidiéndole que les diera a conocer poesías inéditas.
Este homenaje al espíritu, es decir, al más alto valor humano, nos llena el corazón de calor.
Estábamos por creer que el ídolo nuestro era grotesco, y todo modelado a base de brillante y sonoro metal y he aquí que nos encontramos con que puede ser de finísima urdimbre y alado como un dulce sueño, siquiera en una bella ocasión.
Gabriela Mistral
(29 de agosto de 1920 – Diario La Nación)
Hay en Chile una escritora de gran valor: Gabriela Mistral. Maestra, poestisa, cristiana, mujer, Gabriela Mistral es hoy, en América una de las cabezas femeninas más resplandecientes.
Su verso, que adolece por veces de cierta dulzura de factura, desborda en cambio tanta fuerza anímica, tanta pujanza humana, que el alma se rinde suave a la bella alma de mujer, hoy, realizando en Temuco la dulce obra de poner en el alma infantil la gota azul y generosa del pensamiento.
Cristiana, sí, por su gran amor al miserable, al indefenso, pero cristiana fundida en un amor que, amando al alma, ama la materia que la contiene como vehículo, y la exalta, porque tras el velo mortal ve brillar, inefable y divina, la luz de su Dios.
Mujer, profundamente mujer, más allá de toda palabra mujer, porque, a través de su carne, el sentimiento de la maternidad la atraviesa como un don inefable, y su condición de planta llamada a madurar frutas en el verano, la halla con los ojos bajos y las manos juntas, sumisa a la ley que se le anuncia, tremenda pero sagrada, en toda cosa viva, destinada a reproducirse y morir.
Gabriela Mistral había escrito muchos versos; unos a los niños, otros a la mujer fuerte y bíblica, otros a la muerte, otros a los árboles abandonados en la gran soledad de los campos, agrupados, sangrando su resina, sintiendo caer sobre ellos la noche con sus silbidos largos y tristes.
Pero Gabriela Mistral no había escrito todavía lo que escribió hace poco: “Los poemas de la madre”; pocas líneas, sí, bien pocas, lo suficiente para hacer comprender que el infinito puede reflejarse en una pequeña gota.
Y este poema, que Gabriela Mistral ha realizado en bellas y dulces palabras, puede estar, en primer término, dentro d cualquier literatura.
El poema expresa el sentido lírico de la maternidad desde que se inicia la concepción hasta que la criatura nace.
No necesitaba ser madre para interpretar este sentido lírico.
Posiblemente la madre misma no hubiera atinado a definir tan bellamente los finos, delicados, exquisitos sentimientos que van creciendo poco a poco en el alma de la esposa a medida que en su seno la materia informa cuaja, lentamente, en un ser con alma.
Pero la poetisa, es decir, el artista que habla en la mujer de alma ardiente, sí que podía intuir la profunda dulzura de crear, el sentido maternal que ve en todo lo que es madre, la piedad anticipada hacia el niño que está durmiendo antes de nacer, la preocupación exquisita de que, al ser informe no le llegue, desde el momento que está empezando a recibir espíritu, nada más que bellas visiones, músicas, ritmo de versos, dulces imágenes, sol puro.
Y así, en el poemita La quietud, susurra la escritora todo esto.
¡La quietud!… No podía en verdad haberle puesto un título que expresara más exactamente el embotamiento de todo el cuerpo de la mujer, atento solo, consciente o inconsciente, al trabajo que la naturaleza realiza en ella para producir el milagro del ser humano.
Y muy artista ha debido ser para tocar este tema sin caer en la crueldad del tema mismo.
Los escultores, cuando han querido expresar el estado de creación del ser femenino, han tallado en la piedra este recogimiento de la expresión sobre el propósito único.
Gabriela Mistral se ha valido de las palabras, acertando a dar idea poética de esta quietud, y exaltándola, por consiguiente, ya que revelar la belleza de una cosa es darle su eternidad, dentro de lo relativo en que el hombre se mueve.
La quietud
“Ya no puedo ir por los caminos: tengo el rubor de mi ancha cintura y de la ojera profunda de mis ojos. Pero traedme aquí, poned aquí a mi lado las macetas con flor, y tocad la cítara largamente, pues yo quiero para él anegarme de hermosura.
Pongo rosas sobre mi vientre, digo sobre el que duerme estrofas eternas. Recojo en el corredor horas tras horas el sol acre. Quiero destacar, como la fruta, miel, pero hacia mis entrañas. Recibo en el rostro el viento de los pinares. La luz y los vientos coloren y laven mi sangre. Para lavarla también ya no odio, no murmuro. ¡Amo, solamente amo! Que estoy tejiendo en este silencio, en esta quietud, un cuerpo, un milagroso cuerpo, con venas y rostro, y mirada, y depurado corazón”.
Observad aquí esta expresión: “para lavarla (la sangre) ya no odio, ya no murmuro”
¡Infinita delicadeza de madre, que teme que la misma palabra puede enturbiar la rosada carne de su pequeño!
Y luego, cuando la madre expresa que está llena de dulzura, esta delicadeza de madre va hacia los otros seres débiles, indefensos como su criatura.
Ella se hará liviana como el viento, para “vagar entre los árboles” ¿no oís? Hay algo que respira debajo de las hojas…
Alargad la mano, muy suavemente… Con la punta redonda de los rosados dedos daréis con otra pequeña casa redonda, suave de pluma, tibia de calor… Pero esto solo lo entiende desde que es madre…
La dulzura
“Por el niño dormido que llevo, mi paso se ha vuelto sigiloso. Y es religioso todo mi corazón desde que va en mí el misterio.
Mi voz es suave, como una sordina de amor, y es que temo despertarlo.
Con mis ojos busco ahora en los rostros el dolor de las entrañas, para que los demás miren y comprendan el porqué de mi mejilla empalidecida.
Hurgo con ‘miedo de ternura’ en las hierbas donde anidan codornices, cautelosamente, porque ahora creo que árboles y cosas tienen hijos dormidos sobre los que velan inclinados”.
Luego, aquel ruego al esposo, pidiéndole que respete su quietud, que no tuve su silencio, que no repare en el embotamiento con que se mueve, es de una emoción profunda.
“Ahora soy un velo –dice: –todo mi cuerpo es solamente un velo, detrás del cual hay un niño dormido”.
Y más triste, en los poemitas finales con que el poema remata algo muy bien triado: la confidencia de la futura, inexperta madre, con la experta madre suya.
Sí; eso es de mujer; agruparse dulcemente para hablar de la carne aterrada de la mujer, ante la ley inevitable, que la manda estremecerse y sufrir, es una de las grandes angustias femeninas.
Dignificar esta angustia: esto ha hecho Gabriela Mistral en su magnífico poema.
Y toda mujer de alma bien puesta la amará después de leerlo.
–Un Buen síntoma
(11 de abril de 1919 – Revista La Nota)
–Gabriela Mistral
(29 de agosto de 1920 – Diario La Nación)
Selección y transcripción por Luciana Zurita
A partir de:
Autora: Alfonsina Storni
Interior libro: Papel Bond Ahuesado 80 gramos
Portada: Couché opaco 300 gramos
Editorial: Queltehue Ediciones
Año de publicación: 2023
Idioma: Español
ISBN: 978-956-6176-04-6
Número de páginas: 200
Más info en: https://www.queltehueediciones.cl/product/antologia-de-ensayos-periodisticos-2/