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La típica, estoy en mi casa leyendo, tratando de mantener la concentración -con lo mucho que cuesta en este mundo lleno de estímulos- y de repente pasa un auto con la música a todo volumen. A partir de ahí, se produce ese extraño momento en donde los vidrios de las ventanas tiemblan y tengo que dejar de hacer lo que estaba haciendo y esperar que el ruido termine. Con el correr de los segundos la música va disminuyendo, al mismo tiempo que se va deformando, y luego de un largo fade out, vuelve la calma, vuelve el silencio.
Luego de esta pequeña experiencia cotidiana pienso: ¿conocemos realmente el silencio? Quienes vivimos en la ciudad lo hacemos inmersos en un gran cúmulo de ruidos, desde el auto que pasa a la puerta del ascensor que no cierra, desde la música del bar a la obra en construcción. Todo es ruido, una gran bola de ruido. Entonces, quizás –como afirma David Topp- estemos inmersos en un “Océano de sonido” y vivir sea una experiencia donde escuchamos y anulamos sonidos constante e inconscientemente.
Sin embargo esa competencia de sonidos no suele ser una molestia, sino más bien el background de fondo en la cual realizamos nuestras actividades cotidianas. De allí es también donde seleccionamos lo que consideramos “ruido molesto” o la música más hermosa (Michael Chion, El Sonido). En definitiva, mientras yo reniego porque no puedo leer, los chicos que van en el auto con la música fuerte la están pasando súper.
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Entonces ¿Qué es el silencio?, ¿Realmente existe?, ¿Cómo puede ser representado?, ¿Es un telón de fondo o el resultado de una búsqueda inalcanzable? Estas preguntas, y algunas otras más, intentan ser abordadas en el libro “Silencio” de John Biguenet, editado hace unos meses por la editorial Godot. Digo “abordadas” porque son preguntas planteadas en un tono filosófico, las cuales no pretenden dar una respuesta, sino más bien generar la reflexión.
El autor, a lo largo del libro, intenta pensar al silencio, o mejor dicho su imposibilidad, de diferentes formas. Una imposibilidad que comienza con el silencio transformado en una mercancía, escasa, por lo que para tenerla hay que pagar una gran suma de dinero: autos de lujo ultra silenciosos, salas vip en aeropuertos ruidosos o la baja contaminación auditiva de los barrios caros de la ciudad. Todo esto muestra las peripecias que hay que hacer para lograr un poco de silencio entre tanto barullo. Pero lo trágico es que ni siquiera todo ese esfuerzo es suficiente, ya que en la búsqueda del silencio absoluto nos encontramos con un sinfín de complicaciones. El autor habla, por ejemplo, de las dificultades que tienen quienes trabajan en cine y televisión para encontrar un sonido “limpio”, incluso lejos de la ciudad. Esta búsqueda nos lleva hasta las famosas cámaras silenciosas, donde finalmente descubrimos que nuestro cuerpo también genera sonidos como el latido de nuestro corazón o el fluido de nuestra sangre.
Sin embargo, el autor remarca que esta imposibilidad no es necesariamente mala, ya que el silencio tiene otra cara: la del vacío, de la soledad, de la incomodidad o lo que “no se dice”. En ese sentido, el silencio puede ser perturbador, y llevado al extremo, arrojarnos a la locura. Entonces el ruido quizás sea una compañía, un lugar en donde estamos seguros y nos permita saber que no estamos solos, que hay humanos alrededor. Pienso de nuevo en el ejemplo de la cámara silenciosa, donde al haber un “silencio absoluto” las personas que ingresan pierden todo tipo de referencia u orientación y terminan mareadas o desmayadas. Lo mismo cuando vamos a un bar o a un restaurant, donde la música se funde con los murmullos, generando una bola de sonido, la cual casi no escuchamos, pero que sirve de fondo para hablar y hasta contar nuestras intimidades, quizás si hubiese silencio, no lo haríamos.
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Vuelvo a la pregunta del comienzo ¿Conocemos realmente el silencio?, quizás la respuesta sea no, y que nunca lo conoceremos. También sabemos que no necesariamente el silencio es algo bueno, sino que más bien puede ser terrorífico. Pero sí quizás, y siguiendo a Biguenet, el silencio sea un pequeño momento o un ejercicio necesario para realizar en ciertas actividades, un momento en donde cedemos nuestra individualidad en post de un tercero. Cuando leemos, oímos música, vemos una película, asistimos a una obra de teatro o simplemente cuando escuchamos a alguien en una conversación, el silencio no solo es sinónimo de estar prestando atención a lo que sucede, sino que habla de un respeto hacia el otro. Entonces quizás en este mundo lleno de “positividad”, en donde todo es decir e intervenir, callar nuestra voz por un momento aparece como un acto de cortesía y es el principio de la comunicación.
Para el final del libro el autor habla del sonido que producen los barcos en el océano, el cual al ser tan intenso, interrumpe las señales que se mandan las ballenas entre ellas, haciendo que no puedan encontrarse y pasen más tiempo solas. Esta pequeña historia sirve como un ejemplo para pensar el futuro de las ballenas, del silencio y de nosotros, y queda una pregunta abierta ¿podremos ser felices con tanta gente hablando a nuestro alrededor?
Por Ramiro Orellano
Silencio
John Biguenet
Ediciones Godot
2021
Traducción por Matías Battistón
128 pp.
$960 Pesos Argentinos
Se puede comprar acá