Al observar las imágenes producidas por Étienne Jules Marey, una punzante inquietud pareciera reflectarse una y otra vez en mi mente: ¿Existe algo más allá de lo efímero? La sucesión de momentos que conectados parecieran narrar una acción, nos enfrenta con nuestra compañera Historia (y la llamo con mayúscula porque es un nombre). Si existe algo más allá de lo efímero, habría que pensarlo como un contraste sólido. Todos los cuerpos, conformados por otros más grandes y pequeños, se encuentran en un constante viaje hacia una supuesta deriva. Esta superposición de escalas presente en la composición de la cual emergemos nos indica que bajo las apariencias de lo sólido se alberga una energía que activa nuestros engranajes. Esta energía, conocida como vida, nos otorga a su vez la posibilidad de poner en marcha nuevas -y complejas- secuencias fugaces. Nuestros cuerpos, nuestros inventos, e incluso nuestras ideas, cumplirían entonces una función bastante similar a la de las partículas subatómicas. Fugaces producto de nuestras constantes transformaciones, lo cierto es que a su vez permanecemos, más allá de los cambios. ¿Se puede cambiar y permanecer? Sin ánimo de ofrecer una respuesta cerrada, ni mucho menos concluyente, nuestra existencia y la de todo aquello que nos rodea pareciera ser una contundente prueba a considerar.

Siempre me ha gustado observar. Lo curioso es que, al proponerme observar sin distracciones, siento la necesidad de detenerme. Al hacerlo, la visita de una ventisca que entra en contacto con mi cuerpo rara vez se hace esperar. Es en ese preciso momento que vuelvo a percatarme de mi etérea solidez, muy similar a la de los momentos que observo permaneciendo prácticamente inmóvil. No podemos apreciar por completo la vida que nos rodea. Percibimos reminiscencias, y estas pueden volverse cada vez más nítidas si nos proponemos cultivar una disposición acorde a nuestras búsquedas. La fugacidad existe en la secuencia como prueba de que permanecemos adoptando cada una de nuestras transformaciones. Somos efímeros y a la vez eternos. Somos sólidos y a la vez intangibles. Somos inmensos, pero también minúsculos. Somos una oda al balance sin saberlo. Somos, y cuando realmente entendamos qué somos, cuando percibamos aquello, vaya…

Somos y no podemos dejar de serlo.

Somos la fugacidad en la secuencia.

Somos el espacio entre las palabras.

Somos quienes nos preguntamos lo que somos.

Somos quienes intuímos que al comprenderlo nos bastará  con serlo.

Somos.

 

Por José Miguel Frías R.