Al leer Contra Bolaño de Carlos Walker –Lecturas Ediciones (2022)– se me apareció la cocina en penumbra de la casa DFL 2 en la que crecí, el eco metálico de la cuchara al raspar el fondo de la olla, el desprendimiento paulatino de la película de arroz tostado y crocante. Me vino a la mente una técnica llamada taracea, en la que se utilizan piezas cortadas de distintos materiales (madera, concha, nácar, marfil, metales…), que se van encajando e incrustando con un efecto de contraste. Recuerdo haber visto estas formas en un documental de Raúl Ruiz sobre un viaje a Túnez en el que nunca salió del hotel.

Digo esto porque Contra Bolaño es un libro también sobre formas de leer, pensar y escribir un ensayo. Formas que van encajando e incrustando materiales diversos, menores, restos pegados al fondo de la olla. En esta tarea Walker despliega un humor que aparentemente solo se puede encontrar en Chile, así como la flema en los ingleses, el chocolate en Suiza. Es un humor melancólico, picante, descreído, desconfiado, escéptico, rabioso, que Raúl Ruiz recolecta, como hace Violeta Parra con la música popular, y transfigura en sus libros, en sus diarios y en sus películas, y que sirve de auto ayuda para sobrellevar lo chileno. Ruiz mismo lo sufrió, qué más chistoso que morirse para que en tu país te presten atención. El plebiscito de salida del domingo 4 de septiembre fue un tremendo chiste. Los tontos graves todavía buscan explicaciones. Un buen chiste jamás se explica. Por eso no pude sino reírme al encontrar al comienzo el epígrafe de Deleuze. Ningún libro en contra tiene importancia, sea contra lo que sea. Solo cuentan los libros a favor.

Ni bien lo leí, me dije este libro va a ser chistoso.

Qué más chistoso que llegar 20 años tarde a la lectura de Bolaño. El hecho de que ya nadie espere un ensayo o un paper más sobre Bolaño, que la extracción haya agotado el yacimiento y a ninguna editorial le rinda un libro más sobre él, y que ni siquiera da puntos para postular a un proyecto, es una libertad de la que Walker nos hace disfrutar.

Nunca escribí acerca de un libro de ensayos. Por eso me tranquilizó la cita de Deleuze. Al avanzar en la lectura me acordé de las clases sobre Borges que dio Piglia en la teve pública en horario prime, con público en la galería, aplausos y hasta publicidad! Piglia lee a Borges como se leen las novelas de detectives. Contra Bolaño se lee así, como una novela de detectives. Y si Walker no llega tarde se debe a que el enigma continúa vivo. Hay una falta en la lectura que la crítica –especialmente la chilena– hizo de la obra de Bolaño. Una omisión que habría causado estragos en las letras chilenas y que alguien –no se dice quién– le encarga sacar a la luz.

Tenemos aquí los elementos de esta novela policial.

El primer paso es rescatar los materiales de archivo secuestrados por la crítica, limpiarlos de cristalizaciones y certezas, y darles otra miradita. Pero Walker también es un crítico chileno, aunque viva por temporadas en otros países. Por eso necesita un narrador que sea al mismo tiempo detective y que lo distancie de Chile.

El procedimiento que utiliza es la pregunta. En este libro hay una una pasión por preguntar. Walker hace de la pregunta un trabajo de artesanía. Sus merodeos, disgresiones, tanteos, me recuerdan a John Berger cuando se detiene ante un prado a la espera de que ocurra algo. “El sonido de aquella gallina, a la que ni siquiera podía ver, constituyó un acontecimiento (al igual que un perro que corre o una alcachofa que florece) en un prado que hasta entonces había estado esperando a que ocurriera un primer acontecimiento que lo convirtiera en algo imaginable. Supe que en aquel prado podría oír todos los sonidos, toda la música”.

Walker escoge como su prado La literatura nazi en América. Por este lugar merodea, como si fuera un vasto océano, hasta que surge el primer cacareo. Le ocurre lo de Barthes, aparece una letra. “¿Qué hay detrás de esa “B” solitaria, discreta, mínima?”, se pregunta.

No es mi intención contar la trama, sí la forma que tiene este detective de desplazarse por los materiales como un chileno convencido de que hay gato encerrado. Lo suyo no es imponer teorías premoldeadas por alguna Academia que da reconocimientos o citar largas parrafadas que le den autoridad. Él busca hacer hablar a las palabras, para eso necesita fingir que no le interesan, ponerle trampas, distraer su atención, tirarles tallas. Aquí una selección de sus movimientos: “Una breve digresión me permite dar otra vuelta sobre lo recién dicho… si se sigue la filiación abierta por esta tercera deriva… Me voy por las ramas pero entiendo que por ahí se llega al centro… De eso se trata en estas páginas, de merodear alrededor de ese centro móvil con la idea de ir tanteando el repetorio de formas que despliega una obra… No se trata tanto de representar una ausencia, sino de hacerle lugar a las ocurrencias que desde allí surgen… Añado preguntas y un suplemento”.

Si hacemos una cartografía de los lugares que visita el detective para obtener información, tenemos un dibujo de Juan Luis Martínez en La nueva novela, un militar ruso pintor y escritor de finales del XVIII y su hermano de principios del XIX, el porno de los años 80, una exposición del fotógrafo Sergio Larraín en el Instituto Valenciano de Arte Moderno, un mercado persa de Santiago, un duelo entre dos críticos sobre la dictadura de Pinochet, la isla Martín García, la viuda de Vallejo, Berthe Trépat en Róterdam, el subte porteño, Enrique Lihn, el barrio Almendral de Valparaíso…. Y hay más.

A estas alturas vamos comprendiendo que Walker no está perdido como pensamos al comienzo, lo suyo es un método, leer los textos para establecer relaciones que desorientan. Lo dice en relación a la obra de Bolaño, “la ficción construye relaciones que desorientan lo absoluto del desastre”.

La proposición inicial: “Leerlo (a Bolaño) como si ser un escritor chileno también quisiera decir entablar diálogos o disputas con la crítica literaria chilena, con sus énfasis de lectura, o bien, con sus modos de leer y no leer”, permanece latente tras la multiplicidad de recursos. Es como si abriera un canal entre cada palabra, entre cada letra, para hacer aparecer otros términos que van engrosando las aguas, volviéndolas más profundas: los y las autoras sin obra, los cuerpos muertos de las mujeres, los personajes duplicados, la necesidad del genio de la violencia y la sangre para alcanzar lo sublime, la vanguardia secreta o subterránea, la biblioteca inventada, la poesía fundacional, el nexo entre vanguardia y literatura chilena, los cuerpos violentados como un modo de pensar la literatura, el papel de la crítica literaria dentro del proyecto estético de Bolaño, la incapacidad de la crítica chilena para leer a las vanguardias y las consecuencias de esto para la historia de la literatura.

Podría haberse quedado en esas relaciones pero esa enfermedad metafórica que los padres chilenos atribuyen a sus hijos, llamada equívocamente pidulle, le impide quedarse quieto. “(Estas preguntas) no alcanzan para abordar la rareza del gesto de Bolaño, esa insistencia a aproximar la literatura de vanguardia al nazismo y a sus estelas americanas o chilenas. Para acercarse mejor a este espinoso asunto, conjeturo, es necesario concebir a la antología de mujeres asesinadas como su réplica y al mismo tiempo como su reverso (volveré sobre este enigma más adelante, a ver si a fuerza de repeticiones logro desentrañar algo de su razón literaria)”.

En Contra Bolaño, Carlos Walker vuelve sobre el enigma, no voy a espoilear el final de la pesquisa. Me quedo con el relato de su investigación.

 Por Cynthia Rimsky

 

Sobre:

Contra Bolaño
Carlos Walker
Lecturas Ediciones
2022
126 pp.