No tengo enemigos, no quiero tenerlos. Esa es la afirmación que surge en mi cabeza al observar una obra gráfica que aludía de manera lo suficientemente concreta a un individuo en particular. Siempre me ha incomodado producir esta clase de imágenes, sin embargo, en contadas ocasiones vuelvo a generarlas, influenciado por innumerables referencias que circulan en las redes sociales, aunadas en un momento de descontento. Por supuesto, no culpo ni emito juicios contra quienes las producen, ya que en parte estaría negando la situación que aquí expongo y los intereses individuales que me han llevado a recopilar aquellas imágenes y frases en mi mente. Mi preferencia dado el caso es la de examinarme y sentir aquella incomodidad que me lleva sacar dicha imagen de circulación, privilegio que me da el contexto y las herramientas que utilizo.

No quiero tener enemigos, no quiero visualizar ni construir un recipiente que albergue mi malestar y en el cual me vea personalmente involucrado en diversos niveles. No quiero gastar mi tiempo y mi energía en una realidad que, pudiendo ser otra, es hasta cierto punto preservada por esta especie de íconos que buscan dar la pelea, pero también otorgan visibilidad y recuerdan, mantienen vigente, viva, una imagen. Aquí entra otro punto en la discusión, vinculado a la memoria, un tópico que me interesa bastante y que forma parte de mis investigaciones, por lo mismo, quiero ser precavido y no dejar espacio a posibles interpretaciones fuera de contexto. Fijado aquel punto, me pregunto: ¿Puedo producir imágenes, acciones y palabras que contribuyan a visibilizar mi realidad por sobre la ficción letal del capitalismo y quienes le idolatran? Pienso que esta, entre otras preguntas, debe estar presente al momento de construir una obra que, desde la perspectiva de su productor, pretenda contribuir a los cambios concretos y radicales que nuestra comunidad necesita. Por otra parte, no soy ajeno al entorno que me rodea, por lo tanto, las referencias e influencias cotidianas contribuyen en mi quehacer y me llevan a parajes curiosos como este, en que me detengo a escribir sobre una obra de la cual probablemente no tienen ninguna referencia, ya que ha sido retirada de circulación y sólo conseguirá perdurar como una reminiscencia estratégicamente mencionada para efectos de este breve apunte.

Espero que, con la ayuda de este escrito, que puede ser considerado como una nueva obra, consiga avanzar en la búsqueda de los lenguajes que más honestamente se adhieran a esa búsqueda interna que creo compartir con ustedes. ¿Afirmo con estas palabras la mágica posibilidad de negar la existencia de este tipo de obras o aborrecerlas? Jamás, de hecho, las considero una importante contribución a las disputas y reflexiones que actualmente tensionan el status quo. Mi plan, mi estrategia, es no producirlas, probablemente por razones que me sitúan en un camino paralelo al de estas imágenes, gestos y palabras con las que sin duda me encuentro dialogando constantemente, desde un sendero que no es precisamente el de la comodidad, sino el de una formulación constante de alternativas en un presente que las necesita.

El arte no tiene enemigos, el artista tiene la posibilidad de escoger y yo he escogido no tenerlos. Intuyo que, habiendo tomado esta decisión, aparecerán nuevas preguntas, nuevas referencias, nuevas experiencias que influyan en mi trabajo.

El arte no tiene enemigos y aun así ha nacido para rebelarse y revelarse. Sin embargo, creo que esta sublevación y corrida del velo responden a guerrillas internas en las que no existen bandos tan claros como los que pareciéramos identificar día a día. Allí la rabia y la compasión comparten el campo de batalla y las certezas se desvanecen como el polvo levantado con el galopar de los caballos.

He decidido no tener enemigos no porque pueda tolerar o estar de acuerdo con las más aberrantes decisiones que ciertas personas toman día a día para su propio beneficio, sino precisamente para edificar poco a poco el espacio en el cual dichas acciones no tengan cabida, y para este cometido necesito todo mi tiempo, toda mi fuerza, toda mi sensibilidad, todas mis estrategias, toda la ayuda que surja en el camino, y así… Dejar por escrito estas palabras sin duda será una ayuda en aquellos días en que cumplir con esta tarea resulte más difícil, producto de las circunstancias.

Fotografía y apunte por José Miguel Frías R.